Número uno: llegas a pensar en tus errores

Muchas veces en nuestros ratos libres nos colocamos nuestros audífonos, nos acostamos, cerramos los ojos y dejamos que nuestra playlist se reproduzca. Y amo esa palabra, reproducir. Claro, en este contexto es el dejar que la música fluya y nos transporte a otros lugares. Pero, ¿se han puesto a pensar que puede tener otro significado en este contexto? Dejas que tus canciones se reproduzcas y paren (del verbo parir) esa canción, ese ritmo que hace que tu corazón lata y se detenga porque sabes que vas a recordar todo.
Entre más escuchas esa canción te cuestionas, ¿qué hice de malo?, ¿yo tuve la culpa?, ¿merecía algo mejor que yo?, ¿soy el error? Y es normal, porque cada verso que escuchas te recuerda a ese momento que quieres olvidar. La maldita te dicen susurrando con versos y sonatas que tú ya no sentirás eso, te grita en los coros ¡Basta de estupideces! Deja de llorar.
Abres los ojos y te das cuenta que pasaron horas escuchando una y otra vez esa canción. Al darte cuenta sientes como tus ojeras están empapadas. Y te ríes, volviendo a cerrar tus ojos para recordar la cara de esa canción. Una vez más la desgraciada se ríe de ti, diciéndote ¡Débil! Pero no importa, ¿verdad? Sigues y sigues escuchando esa canción. Solo abres ligeramente los ojos para volver a reproducir esos sentimientos que salen con dolor de parto.
Número dos: sueñas con los ojos empapados

Una razón más para no escuchar esa canción es el sueño, la ilusión, el placer de recrear recuerdos y esperanzas que guardabas con toda tu alma. Dejas un momento tus audífonos, claro después de haber llorado, piensas una y otra vez las cosas que te hacía sentir la cara de esa canción. Miras al techo de tu habitación y estúpidamente susurras Te amo pensando que está a tu lado. ¿Por qué lo hiciste? Por idiota.
Cierras los ojos y recuerdas lo que planeaste hacer con esa canción. Recuerdas que alguna vez dijiste, Nunca me dejes, Te amo, Eres todo para mí; planeaste una vida con esa canción, una vida que nunca más volverá a tus manos, a tu vida. Lloras de nuevo, ahora es peor porque sabes que tu labio tiembla, que tu llanto se escucha en el silencio de la noche, que tu corazón late.
Vuelves a tomar tus auriculares, te los pones con miedo, pero eres necio y sigues allí. Te gusta recordar, te gusta el dolor, te gusta la angustia que provoca todo esto.
Número tres: te quiebras

La última razón por la que escuchas es porque recuerdas. Vuelves a sentir ese dolor. Tomas las sábanas de tu cama y las aprietas tan fuerte porque el dolor rebasa sus límites. Te muerdes el labio para que el silencio siga así, en silencio. Y tiemblas del dolor.
Todo esto pasa porque recuerdas, las razones por las cuales nunca más volverás a sentir eso. Recuerdas cuando todo se acabó, cuando tu corazón se partió y en ese momento se vuelve a partir, una y otra vez. Ese sentimiento es el sufrimiento, esa cosa que tanto le huimos pero cuando nos atrapa queremos sentirla de nuevo.
Y abres los ojos, sonríes, porque te acordaste de su cara, de los momentos felices que vivieron, de los besos y abrazos que ambos compartieron. Sonríes porque sabes que viviste eso que tantos han querido vivir. Sonríes porque te acuerdas de voz, de su calor, de su distancia.
Tus manos secan tus lágrimas y te sientes bien porque son muchas las lágrimas que derramaste, eso significa que amaste con todo el corazón y todo tu ser. Al final comprendiste que escuchar esa canción no es tan malo. Aprendes a sentir ese dolor como tu amigo, a sentir a ese dolor como tu compañero de vida, aprendes a quererlo porque sabes que estará allí para recordar todo eso que viviste. Sin embargo, te das cuenta que se irá en algún momento, vendrá la tranquilidad y esa será tu nueva amiga. Mientras tanto el dolor te acobijará con lágrimas de angustia y recuerdo.
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