Mi frente estaba fría, mis ojos entre cerrados, mis labios separados, mis manos juntas y mi mente en otro sitio el cual desconozco. Levanto la mirada para ver las luces de los bares pasar a la velocidad del autobús. Y pienso, «¿qué pasó?«. Recuerdo una aguja, risas, luces, ruido. Me sostenías de la mano diciendo, «Todo estará bien, relájate«.
Pasaron las horas y mi cuerpo comenzó a sentirse extraño, con ganas de no soltarte, de besarte fuerte, que tus labios pasen por mi cuello y mis manos jueguen con tus muslos. Suspiraba y no notaba que miradas pervertidas nos observaban con deseo de entrar a nuestro acto de placer. Gemía tu nombre, gritaba por dentro pero por mi boca no salía una sola palabra. Sin embargo, ¿qué tenía que decirte? ¿Te amo? Sujetaba tu ropa, queriendo desgarrar cada pedazo. ¡Quería desnudarte!
Pasaban las horas y estaba sentado en un sillón de aquel salón. Las luces me impedían ver quien me tocaba, quien asquerosamente pasaba su lengua por mi cuello. No eras tú, no olía a ti. Su aliento era una mezcla de ron con un toque de chicle de menta. Amor, susurré. Aquella persona se rió y me dijo descaradamente «Esta noche yo soy tu amor».
Pasaban las horas y estaba sujetando el lavabo del baño, elegante por cierto. Deje abierto el grifo, quería tomar algo de agua pero solo recordé haber despertado junto a personas desconocidas, desnudos, desnudas. No estabas tú. Mire el espejo del baño y observe nada. Estaba vacío, estaba seco. No tenía nada, no te tenía. ¡Nada!
Tomé mis cosas, me puse un abrigo largo que cubría todo mi cuerpo. ¿Era mío? No, pero lo tomé. Salí y aún estaba oscuro. Trate de llamarte pero no contestabas. Caminé y vi un gran par de luces acercarse. Alcé mi mano para tratar de parar. ¿Sabía a dónde ir? No. Pero entré a ese autobús el cual era conducido por un chófer gordo. Sonreí saqué algo de cambio se lo dí y me senté en el primer asiento que vi.
No encuentro nada. No hay nada. No estás tú. No estás. No.
Amante del placer 