Ella salía con su mascarilla de tela, tenía algunos corazones estampados. Sus orejas deformes por los elásticos le dolían, le incomodaban pero no había remedio. Se recogió su cabello, oscuro llegando a negro, con una liga que en su muñeca tenía. Exhaló, cerró sus ojos y por primera vez piso el pavimento, vaya Navidad susurró a su mascarilla.
Esperó un Uber en la esquina de su casa para dirigirse al norte de su ciudad, en un pequeño reflejo metió la mano en su bolsillo para verificar que llevaba con un frasco de alcohol; con ese reflejo que tuvo se dio cuenta que las campañas y la información que vio durante diez meses sirvieron como un temor a contagiarse de una enfermedad invasiva, que no solo afecto directamente también se introdujo a ella por los medios del miedo.
Llegó el auto que la iba a llevar a su destino, Luisa gritó el conductor mientras ella respondió afirmativamente y se dispuso a entrar en el auto. Justo en el asiento del copiloto.
- Buen día, señorita Luisa. La aplicación me indica que irá al norte, ¿es correcto? – Dijo el conductor cuyo nombre era Alfredo.
- Es correcto. – Dijo Luisa mientras se colocaba el cinturón de seguridad y miraba andar el auto.
La joven antes se preocupaba por el camino, la cara del conductor, estar siempre atenta a que nada salga mal. Tal vez porque era típico escuchar de femicidios y violaciones, ahora ella tenía que preocuparse por otro violador, el maldito se mete en tu cuerpo sin permiso y sin incomodidad. Viola tu intimidad y te consume, una vez dentro te abstienes. Luisa lo sabía, ahora las personas eran un problema y el virus otro.
- ¿Cómo ha estado el trabajo? – Preguntó ella tratando de hacer conversación con aquel hombre que mantuvo silencio alrededor de cinco minutos.
- Muy bien, la verdad esta temporada ha mejorado. – Mencionó Alfredo sin quitar los ojos del camino.
- Es la primera persona con la que converso en meses. Mi familia me tiene cansada de los mismos cuentos, una y otra vez. – Dijo ella sonriendo, claro esa sonrisa quedó oculta.
- ¿En serio? Siendo ese el caso es un placer y reto mantener una conversación agradable con usted. – El conductor seguía con los ojos en el camino.
- Gracias. No sabe cuánto aprecio escuchar otra voz físicamente, una voz diferente que posiblemente no la recuerde el día de mañana. Son esas pequeñas cosas que extraño cada día, cada hora, cada minuto.
- Lo entiendo.
Permanecieron en silencio un momento. Luisa vio por las ventanas gente con bolsas en las manos, árboles decorados, incienso quemándose. Pensaba que hace un año todo era diferente.
- Para mí el olor del Palo Santo significaba que estaba cerca una fecha donde la gente por más hipócrita que sea llevaba dulces y regalos a quienes más lo necesitaban. Significaba la llegada de un nuevo comienzo y del final de algo que extrañaremos pese a todo el daño que nos causó. Ahora no puedo ni olerlo por estas cosas que cargamos en la cara que no solo impide que esa ‘cosa’ entre y nos enferme, no deja que disfrutemos el olor de las pequeñas y hermosas cosas que trae Diciembre.
- ¡Ay, señorita! Le entiendo, la gente compra y vende aunque el virus siga y siga. Las personas que compran quieren pensar que todo sigue igual, las que venden lo hacen por hambre. También lo hermoso de estas fiestas es dar un poco de lo que a veces tenemos, pero lo verdaderamente maravilloso es las sonrisas y las lágrimas de saber que esa persona no se lo esperaba. Con estas cosas en la cara, los ojos son la muestra de agradecimiento y gratitud que tenemos como seres humanos.
- Pero como seres humanos tenemos sentidos que nos llevan a recuerdos como nuestra primera Navidad con la persona que amamos, la primera sonrisa que sacamos cuando damos un regalo que no se espera. Como seres humanos, ¿merecemos esto? ¿Merecemos correr el riesgo de salir a la calle y posiblemente ser un portador de una cosa que ya vive en ti? Esa cosa que ni permiso te pide cuando entra.
- Usted dígame, ¿merecemos esto?
- Si lo merecemos; la gente es mala, hipócrita, insensible, cruel. –Luisa lloraba mientras veía a personas pidiendo caridad en la calle.
- Señorita, ya mismo llegamos. Pero antes, quiero decirle algo. Estas fechas serán diferentes, muchos no compartirán con sus seres queridos, otros ni una cena tendrán. Pero lo que en verdad importa es que los corazones cambien, las almas se transformen y las personas sean compasivas unas con otras. Si este virus no nos enseñó cómo hacerlo creo que estamos destinados a morir. Son $5.50.