La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross identificó que cuando una persona sufre una pérdida pasa por cinco fases. Según varios expertos en temas de salud mental cada persona experimenta de diferente forma los cinco estados del duelo. Esta carta va dirigida a todas las personas que viven, vivirán y vivieron ciclos de eterna pérdida. Mi viejo amor, ¿sufriste esto? Me siento estúpido aceptando que vivo día tras día estas cinco fases.
La bendita negación llega a mi puerta, es dulce, amable cuando le cuento que ya no me amas. Ella se niega, ella no tiene consuelo. Las lágrimas brotan de sus ojitos y las intento secar. Grita y patea negando la pérdida que ha pasado con nosotros. La pobre no se consuela, aunque le diga que estamos bien.
Mientras abrazo a la negación ella desaparece sin dejar rastro. Un golpe azota la puerta de mi casa y se llama ira, comienza a gritarme y a decirme que no acepta esa pérdida. Se enoja, golpea paredes, grita con furia y trata de encontrar una solución a través de las emociones fuertes que no le dejan pensar. Trato de calmarla, pero es inútil ya ha comenzado a echarme la culpa de no quererte, de no amarte lo suficiente. He dejado que se calme, mientras me altero yo también.
Mientras golpea las paredes intento dar una solución. Sus ojos están en llamas, se pierde en la oscuridad y me deja solo. Con una voz, una pequeña voz que me llama por mi nombre y me dice que me siente en la sala. Le hago caso, mientras que ella con una tierna voz pregunta, ¿qué hacer para que vuelvas con tu viejo amor? ¿A quién tenemos que adorar, orar y darle hortensias? Me río y respondo a su primera pregunta, no hay nada que hacer, ya no me ama, no estoy en su mente, cuerpo y corazón. La voz carcajea y dice, siempre hay algo que los hombres quieren, negociemos. Ya no, ya no avanzo a negociar. He pensado en rogarle, en pedirle volver mientras lloro y le dedico otra vez sus canciones. A tu segunda pregunta le digo, a nadie. Si los dioses quieren verme junto a mi viejo amor, los dioses mismos harán que el destino llegue a darse. La negociación no se enoja, solo ríe. De acuerdo, llámame si después quieres negociar.
La pequeña carcajada se desvanece y mis ojos comienzan a llorar. Dentro de mí se escucha lamentos, gritos ahogados y se presenta la depresión. Hola, mucho gusto. Voy a anidar aquí por un par de horas, días o meses. Qué necesitas le digo a ese ser con alas quebradas que apenas puede caminar y es inútil que vuele. Soy la depresión, vengo a estar contigo, en estas cenizas de un amor que por lo que veo fue el primero. Lo siento si lloras, mi presencia aquí es la pena, nostalgia y el desinterés humano. Tu viejo amor, le extrañas, le necesitas, le amas. Déjame orar por ti porque por lo que veo me quedaré un largo tiempo en tu nicho, en tus cenizas.
La depresión cerró sus ojos y dijo como en son de canción lo siguiente:
‘Bendito sean los recuerdos, los besos y los engaños que sufrió este corazón. Bendito sea entre todas las Hortensias y bendito es el fruto que sacaré aquí. Soy yo, la depresión. Mis alas no se abren, mis patas se quebraron. Siento dolor, pena y nostalgia de un amor puro que se transformo en dolor e intranquilidad. Bendito seas, escribano. Bendito seas por tus letras’.
Y lloré, porque el ser deforme, se quedó.
Mi viejo amor, ¿acaso tú también recibiste la visita de estos seres? Quisiera meterme en tu cabeza y saber que es lo que te dijeron ellos de mí. Porque ellos me dijeron que fuiste y serás mi penumbra.
Falta una especie de fase, de ser. La depresión me dijo que su hermana no llegaría hasta el final de este libro. Que la aceptación llega cuando la depresión muere y deja de existir. Deja de lastimar.
Oh, aceptación. Llega pronto a mi vida. Mientras tanto, tu hermana me acompañará en las hojas de este libro.