Rendido a los pies de la bestia me cuestionaba internamente ¿cuánto dolor tiene que pasar un escribano para sacar ese amor que tanto recuerda? Mis lágrimas se agotaron, acostado en el piso frío, veía como los querubines dormían plácidamente. Escribano, ¿qué sientes? Alcé la vista y era la depresión viéndome con su cuerpo desfigurado haciéndome sentir pena por todo lo que tengo que pasar. Cada vez que la veo, recuerdo el dolor, la angustia, me acuerdo de ti. Soy un frágil escribano, que ha venido a rendir tributo a las flores de un bello jardín. Mi compañera, depresión, ven y te abrazaré para entender cuál es tu objetivo conmigo. La tomé en mis brazos y comenzamos a llorar. Me hace sentir débil, pero ella tiene algo que enseñarme.
Pasamos en el suelo un momento largo, luego la solté y me incorporé para ver que tenía que decirme el Lirio. La bestia comenzó a reír divertida, como si hubiera visto a un infante hacer alguna gracia. ¿Por qué te ríes? A lo que el Lirio me respondió, tú eres un hombre que entiende la manera en la cual debes cultivar sanamente tus emociones y sobrevive en el proceso de ruptura. Oh, mi buen escribano, es momento de la última trompeta. Tocó ese instrumento y el sonido que salió fue demasiado fuerte, todos los querubines se levantaron de su sueño y el quinto bajó. Su forma era de un pájaro, la diferencia era en sus patas que pertenecían las de un felino.
El querubín comenzó a decirme, esta es la última canción que te dedicamos. La última. Dicho esto, la criatura comenzó a cantar.
Ya supiste destruirlo todo, supiste hacerme daño.
Ya pudiste comprobarte que eres eso que tanto has pensado de ti.
Y yo siempre he estado aquí,
Yo siempre aquí he estado esperando.
Cuidándote viejas cicatrices intentando remediarlo.
¿Se te hacen conocidas estas palabras? Dijo el Lirio a lo que alcé mi vista a él y le dije, sí. Recuerdo el daño, el dolor, la angustia que llegó a mi vida tras su partida. Cuidé cada cicatriz, comencé a lamer sus heridas como si fueran mías. No le gustaba el color de su piel, para mí era el color perfecto. No le gustaba sus lunares, para mí era un cielo estrellado lleno de nuevas galaxias y planetas. No le gustaba su cabello, para mí era perfecto. Tantas cosas que odiaba y yo encontraba la manera de amarlas, de quererlas, de necesitarlas. Mi viejo amor, ¿dónde estás? He aquí, extrañando todo de ti. Heme aquí, sufriendo por tus defectos.
Mi corazón se paró un momento, al instante de reaccionar le dije con una voz suave, continúa. El querubín empezó a cantar.
¿Y yo qué culpa tengo que no sepas lo que quieres y no quieras decidirte por mí?
¿Yo qué culpa tengo que no veas lo que eres y me tienes para ser feliz?
¿Yo qué culpa tengo? ¿Pero, qué culpa tengo?
¿Yo qué culpa tengo? ¿Y yo qué culpa tengo?
Paró de cantar y mis pensamientos corrían a tu recuerdo. ¿Sientes culpa? ¿Sientes dolor? ¿Sientes algo? Porque ahora siento muchas cosas, siento que muero, ¿tú lo sientes? ¿Sientes que tu vida acabó desde que ya no estoy a tu lado? Y tal vez ese es mi error, pensarte. Pensar que sufres por mi pérdida. Cuestiono todo lo que pasamos y está mal. Viví el mejor amor, compartí con la persona que amo, sufró por la persona que me hirió. Pero estoy respirando, ¿qué culpa tengo si no estás y me dejaste ir? Ahora, de a poco, entiendo que es momento de soltarte.
Te recuerdo que íbamos volando, íbamos volando alto.
Dejábamos de escuchar el ruido de la gente opinando.
Muéstrame el futuro, dime algo que me haga creer en esto.
Ahora sólo puedes ver al cielo reflejado en el espejo, y ni cuenta te has dado, ni cuenta te has dado.
Le detuve un momento con una sonrisa en el rostro. Voy a decir una oración de rodillas para que el cielo o el infierno escuche esta plegaria de un pobre y perdido escribano. A lo que el Lirio respondió, de acuerdo, ora a tus dioses, a tus santos, a las vírgenes y a los ángeles. Dicho eso me arrodillé y comencé a orar.
Comencé un camino, el cual no pensé que llegaría a su fin.
Oh, mi dios, mi infierno, mi universo, soy un pobre hombre que mantuvo su inocencia encendida. Poco a poco la lujuria invadió mi ser y mi amor. Ruego por las almas que perdieron su rumbo, ruego por las flores que están a punto de brotar de un suelo áspero. Ellas serán las flores fructíferas de los desamores, de los corazones destrozados. Ruego por el alma partida en pedazos de esos seres que dejaron ir sin querer. Mi dios, mi infierno, heme aquí su profeta, la persona que escribe cartas para aquellas flores que un día entenderán porque están solas en un jardín desconocido y triste. Apiádense de aquellas flores que vendrás después de mí y leerán las cartas que tanto dolor me hicieron pasar. Amén.
Terminé la oración, me incorporé y una vez de pie el Lirio contestó. Escribano, ¿aún piensas en tu viejo amor? A lo que respondí, sí. Querido Lirio, iba volando como si el suelo no existiera, pensando que su mano estaría siempre conmigo. Esa sensación en la cual un hombre de carne y hueso deja de pensar en los riesgos que tomará una despedida de un amor placentero. Iba pensando todo el tiempo que nunca acabaría, pensaba en todo y a la vez en nada. Me hizo olvidar a mi familia, amigos, sueños y miedos. Escuchaba a la gente que me quería decir que no era sano, al diablo, ¿qué en esta vida lo es? Nada. Le extraño, porque por mi viejo amor dejé de escuchar a todo el mundo, dejé de escucharme a mí. Lo dejé todo, menos a mi viejo amor. Pero, mientras más lo pienso suelo decir que es momento de dejarle. Miré al querubín le volví a sonreír y le dije tocando su cara, sigue por favor.
Fuiste tú mi destello. Quédate con tu incendio.
¿Yo qué culpa tengo?
¿Cómo esperas que me quede si no sientes lo que siento por ti?
Ahora lo comprendo, aunque parezca perfecto.
No venimos de la misma raíz.
Culpa tengo, yo.
Acabó de decir esas frases y los cinco querubines se fueron de nuevo con el Lirio. ¡Qué quieres! ¡Qué mierda quieres! Grité. ¿Acaso no fue suficiente? ¿Acaso no te di lo suficiente para quedarte? ¡Sé que no quieres quedarte! Te fuiste, me dejaste, me dejaste loco, me dejaste. Mis lágrimas no eran solo de dolor, eran de ira. Mis manos temblaban al igual que mis piernas. Caí otra vez, caí al suelo frío de rodillas. ¡Ahora sé que no puedo seguir amándote! Ya no puedo, no quiero. Quisiera odiarte, pero eso significaría que aún siento algo por ti. Me odio, te odio, nos odio a ambos. Me he echado la culpa de todo, de todo lo que vivimos, de todo lo malo que nos hicimos. Me he cuestionado días enteros viendo tus recuerdos en mi cabeza. ¿Yo tengo la culpa? ¿Tú la tienes? ¡Dime qué mierda hago! ¡Dime por qué te ausentaste tan de repente! ¡Dónde estás! ¿Dónde estás? ¿Dónde? Suspiré y en ese momento el Lirio bajó en una forma humana, se paró frente a mí y dijo, heme aquí, me enviaron a ti. Ángeles del cielo, la Mesías y hasta demonios me llamaron a ti para cumplir esta misión. Una misión cruel pero necesaria. Recuerdas todo, pero recuerda lo malo. Aquí acabó todo el recuerdo hermoso y satisfactorio que te dio tu viejo amor. Soy un enviado de las flores para asesinar de manera brutal esos recuerdos que yacen en tu alma. Mírate, has gritado, odiado y sufrido. Heme aquí, me enviaron a ti. Escucha atento, las siguientes pruebas te llevarán al límite de la locura, de la ira y de la Aceptación.
Lo miré y era un hombre con lágrimas de sangre que brotaban de sus ojos marrones. De pronto los querubines cayeron al piso de forma violenta muriendo en el jardín, de ellos salieron lirios, hermosos y cautivadores. La muerte es parte de la vida, sin ella nada nace ni se transforma, dijo el Lirio envejeciendo en un abrir y cerrar los ojos. El tiempo es relativo, las heridas sanan y las flores florecen dando más frutos. Terminó de decir esto y se hizo polvo. Lo tomé y tenía un aroma cautivante, no era como los cadáveres putrefactos. Me quedé sentado un momento, esperando a que llegue la siguiente flor. Mientras miraba al suelo oí un estruendo, un temblor se apoderó del jardín. El suelo se abrió y salió de él un gran dragón. Me presento, yo soy la Orquídea, el ser destructor del amor inocente que trae consigo perdición y sufrimiento. Invado quereres y paraísos con la lujuria y el engaño. Tú eres el escribano, ese hombre que dejo que entrara para destruir su paraíso. Aquí me tienes y conmigo escribirás las cartas de odio que tu alma necesita sacar.
Nada es para siempre nada es infinito todo tiene un fin todo se acaba ver al cielo saber que puedes contar con un millón de estrellas no estás solo el amor propio es la receta para ser felices si esque de puede .
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