Dalia 2

Sentando en el piso logré notar que la Dalia se acercaba a mí. Alcé mi vista para mirar su rostro que me traía paz.

Escribano, ¿notas algo diferente en ti? A lo que respondí con una negativa. Mi pequeño, es fácil notar que lo que sientes ahora ya no es dolor, es nostalgia, es comenzar a soltar. Las adversidades son fuertes para los seres humanos, unos pueden afrontarlas, otros se estancan para vivir con ese dolor que provocan las tormentas de los problemas. Pero, ahora que te veo siento que los recuerdos no hacen más que traerte una pequeña sonrisa y ya no tantas lágrimas. Es parte de un proceso que te enseña la vida para caminar en este mundo.

En ese momento el segundo ángel se acercó a mí, su mirada era de color negro y su cabello era oscuro, le llegaban a los hombros. Sus alas eran enormes, casi podía ver a ese ser volar por los cielos, recorrer naciones para llevar su mensaje. En su cabeza se hallaba una tiara con su nombre grado, era Compañía.

Buenas tardes, me presento, son el segundo ángel llamado Compañía. He venido desde el lejos para traerte una buena nueva. Te contaré una historia, donde las flores ya no florecían solas, sino acompañadas.

Érase una vez un jardín solitario, seco y sin ningún rastro de flores. Un día un andariego que anda por allí botó una flor, aquella estaba a punto de morir, seca y sin esperanzas. Lloraba, suplicaba a su andariego que no la dejara en ese desierto, sin respuesta alguna vio como el andariego que la arrancó se aleja. Sus lágrimas hicieron que sus raíces se plantasen allí, comenzó con esfuerzo a recoger fuerzas de donde no tenía para no morir. Pasaron los días, las noches y vio una silueta aparecer por el horizonte; contenta, pensó que su andariego volvía por ella. La flor comenzó a peinarse, arreglarse, a poner color otra vez a sus pétalos. Se fijó que no era el suyo, era otro, que sin duda llevaba una flor en su mano; aquella flor se encontraba marchita, de igual forma a punto de morir, ese andariego la arrojó y empezó a caminar. La flor que ya estaba plantada vio como la otra lloraba y suplicaba que volviera el andariego que un día la arrancó de su tierra. La flor que ya estaba recuperada se enojó, tomó fuerzas para traer a la, ya casi muerta, flor marchita a su lado. No temas que yo estoy contigo, no temas que pasé lo mismo que tú. Ambas se abrazaron, una le ayudaba a la otra, conversaban, se reían, lloraban, pero nunca se dejaron ir. Así ese desierto comenzó a florecer por las flores que los andariegos arrojaban sin desdén en ese lugar. Las flores abrazaban otras flores, la vida comenzó a tomar otra vez sentido. Así, ellas entendieron que el abandonó se supera junto a alguien, junto a abrazos y anhelos compartidos. En ese momento se creo un jardín llamado Compagnie d’amour. Porque entendieron que la compañía salva y renace.

Soy la llamada Compañía y te traigo buenas nuevas mi escribano.

Dicho esto, el ángel abrió sus alas y se dirigió al cielo, su aroma era dulce y su voz era delicada. Cuando vi a ese ser volar, sonreí y salieron algunas lágrimas.

Escribano, plasma esta historia en tu vida y en tu corazón. Dijo la Dalia.

Yo, el escribano, arrancado de raíz por un andariego vengo y proclamo que el segundo ángel me dejó un mensaje de amor y comprensión. Yo, el escribano, les digo a las demás flores, no están solas. Hay muchas que fueron arrancadas, que luchan por respirar sin llorar. Oh, mi buen ángel, te he escuchado, te he sentido, te he comprendido. Mi vida gira entorno a las personas, las flores que me rodean, que rodean un jardín. Mi buen ángel, gracias por enseñarme que la compañía de buenas flores llena, llenará y llenó mi vida, la vida de un escribano que estuvo a punto de morir de dolor, de sufrir. Yo, soy el escribano, digno de compañía, digno de amor, digno de las cosas buenas y agradables en esta y la siguiente vida.

Las flores que renacen, las que vuelven a tener color son las flores que yacen en un jardín rodeadas de anécdotas, de sonrisas y de amor, fraterno amor. Oh, mi ángel, gracias, mil veces gracias.

La Dalia sonrió y continuó diciendo, he aquí un escribano que ya no duele, que ya no llora por un andariego que lo arrancó de raíz, que mató su alma, que alejó su vida, que dejó caer en un desierto una y otra vez. He aquí soy la testigo de aquella sonrisa que tienes ahora. Falta poco, falta nada para que encuentres a la Mesías.

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