Una mesa llena

Querido Paúl,

Llega el momento donde todo parece que va en cámara lenta, te cuestionas todo y simplemente dejas pasar los días porque llegas a casa a pensar ‘¿Qué hice mal?’, ¿verdad? Reflexionas, recuerdas, lloras y eso se repite día tras día. Tus mejillas ya están acostumbradas a las lágrimas y tus días simplemente pasan. En tu habitación suspiras y dice, ‘¿Por qué tanta mierda?’.

Luego llega un día, todo está como siempre. Nada cambia, la misma silla, la misma cama, la mirada que vemos en el espejo al despertar. Llega un mensaje, llegas a una salida con amigas y te sorprendes cuando llegan más desconocidos a llenar la mesa. Ya no te sientes tan solo, aprendes a reír, a probar la cerveza de otra forma. Te retiras y a lo lejos puedes ver que un día la mesa estaba vacía y de pronto la notas llena, llena de amor, amor que es inesperado.

Después pasan los días, las semanas y vuelves a coincidir con estos extraños que te hacen feliz. Pasan los meses y olvidas la soledad, encuentras amor y con él vienen cosas nuevas. Aprendes que amar resulta hermoso, aprendes que tu risa nunca se fue solamente estaba escondida. Aprendes que los abrazos son sinceros y aprendes que no eres el problema; porque si hay gente que te abraza y está allí para disfrutar tragos, llantos, risas, festejos y sobre todo drama; te das cuenta que no eres el problema.

Hace un año encontraste a personas que amas con tu vida y te llenaron de alegría. Y te queda decirles ‘Gracias por tanto, los amos a cada uno de ustedes’.

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Muerte anunciada 1

Han pasado meses desde que llegué a este lugar, un jardín donde las flores llenan el espacio con olores y colores que relajan a todo ser que se posa en el césped. He hablado con la Aceptación, la Mesías a la que tanto me costó encontrar y me dijo:

“Atento, pequeño Escribano. Tengo noticias que me han traído mis hermanas las Arcanas Mayores. Me han comentado que el Andariego se va, ha tomado sus cosas y se dirige a tierras lejanas para comenzar una nueva vida”.

Escuché atento, mi corazón se había parado y con un suspiro logré decirle a la Mesías esta oración:

“Bendito sea que al fin llegase el día en que se fuera. Sin embargo, tengo que confesar que esta noticia me llena de angustia”.

La Mesías se sentó a mi lado mientras veíamos como el Sol se iba a acostar para dar la bienvenida a una luna nueva, esta luna era traída por dos peces que nadan en el infinito espacio. La Aceptación comenzó a decir:

“A veces las noticias nos llenan de emociones y conflictos. Noté que tu mirada cambio, las razones son obvias, es como si la vida te anunciara la despedida completamente de alguien que amaste. El corazón se quiebra y sientes dolor; un dolor de ausencia que no le encontramos explicación. Este camino no era para hacerte olvidar de aquel Andariego, era para que no te descontroles cuando llegase a pasar esto”.

Una lágrima cayó por mi mejilla:

“Yo soy el Escribano y ahora de mi puño y letra saldrá la carta para enviársela aquel que tuvo la osadía de no voltear a ver el infierno que creó cuando se alejó. He de enviarle la última carta de esta Muerte Anunciada, porque así soy, soy aquel que no le dejará de amar con la infinitud de mi alma. Porque he aceptado que tiene una nueva flor esperándolo en aquellas tierras, lejos de mí, lejos de nosotros. Pero he de querer anunciarle mis deseos a aquel que amé algún día con la intensidad que tiene el Sol y con la paz que genera la Luna por las noches estrelladas”.

La Aceptación se incorporó, tomando mi mano para ayudarme a levantar. Miró mis ojos y vio que algo dentro de mí dolía. Sacó de su túnica un mazo de cartas, me hizo escoger tres de ellas, todas al azar. Mientras tomaba las cartas me explicó:

“Llegaste a este jardín guiado por las flores, aquellas flores enviadas por mí. He aquí tus tres guías para que crees las cartas necesarias para esta, a la que llamas, Muerte Anunciada. Tienes pocas semanas para crearlas, enviarlas y rezar que el Andariego las lea antes que llegue con su nueva flor”.

Al tomar las cartas les di vuelta y miré que eran tres flores, diferentes a las que encontré cuando caminaba a este prado. La primera era el Crisantemo, miré la carta y noté que era una entidad encapuchada, se notaba que estaba cansado en la imagen plasmada en aquella carta. La segunda, era el Narciso, un niño sentado en una roca esperando pacientemente la llegada del sol. La tercera carta era un Tulipán, una mujer que lleva en sus hombros una caja grande y ella tiene un velo que cubre su rostro completamente.

La Aceptación miró las cartas y comentó:

“Aquellas flores son las elegidas para recorrer esta brecha contigo. Por lo que veo siento que serán cartas difíciles de escribir, vas a sentir, te dolerá y al final será el agradecimiento que tanto necesita ese cuerpo que esta putrefacto dentro de ti. Pequeño Escribano, he aquí tus tres guardianes que te han de dar buenos consejos al momento de sentir. Te dejo y recuerda a veces las personas tienen que seguir este camino para aprender y vivir”.

Dicho esto se alejó como el Sol de aquel día en el cual me senté a ver como las demás flores de aquel jardín se acurrucaban para esperar a la Luna. En mi mano ya hacían las tres cartas que me visitarían estas semanas para escribir las cartas de aquella muerte que llegó a mis oídos. El viento trajo esta noticia amarga, esta noticia que levantó sensaciones.

Miré al cielo y llegó la Luna acompañada de estrellas, recuerdo las noches que vimos aquellas estrellas en aquel prado alejado de la ciudad. Recuerdo que aquella noche me sentí resguardado por ti, ahora me resguardan las flores que se han hecho parte de mi existir. “Andariego, al fin te vas”, dije mientras el corazón se oprimía en mi pecho.  

Como si fuera ayer

Hace seis años lo conocí, estaba sonriendo, parado en aquella estación. Ambos sentíamos nervios, él llevaba su guitarra y yo a duras penas unas galletas. Conversábamos, reíamos, lográbamos hacer lo que muchas personas lo viven y otras lo sueñan. Hace seis años sonreía pensando que sería eterno, cuando la verdad fue volátil. Empezamos con una canción, en una hora que se hizo especial conforme pasaban los años.

Todos pensamos que el amor es eterno y lo pensamos más cuando es el primero, hace seis años pensé que la vida me había dado una hermosa razón por la cual sonreír y vivir. Hace seis años comenzó todo. Hace seis años algo inicio hermoso y termino como un libro de muerte y destrucción.

Escribo esta carta para decirme a mí mismo, el amor se fue, cambiaron, la sonrisa que tenía para ti ya no está. Sé fue, duele admitirlo, duele asimilar que la vida nos quiso alejar. Pero, hace seis años no salías y sonreías por las personas que te aman. Te lo voy a confesar, me dolió verme al espejo y tratar de sonreír sin él. Pero ahora me alegro, río, sonrío con más ganas porque hace siete meses conociste a una familia, que te abrazó, que te mimó y te seguirá amando porque en poquito tiempo ellos decidieron tomar tu mano, secaron tus lágrimas y te enseñaron el valor que tú tienes para muchas personas.

Es verdad, hace 6 años lo conociste. Pero ahora estás conociéndote, mimándote y sorprendiéndote de lo grande que eres, Paúl Jaramillo.

No bajes los brazos, no dejes de sonreír, no dejes de amar como tú sabes hacer.

Girasol 1

En mis brazos ya hacía la depresión agonizando, muriendo lento. Sus lágrimas eran evidentes en ese ser deforme que no tenía ya más fuerzas de seguir.

Depresión, yo el escribano comencé un viaje contigo. ¿Estás a punto de irte? ¿Estás a punto de dejarme? A lo que ella me respondió con un movimiento afirmativo haciéndolo con la cabeza. Mis lágrimas caían en el cuerpo de aquel ser solo al ver su agonía. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que esperar a la siguiente flor? ¿Tengo que tratar de mantenerte con vida? Un calor invadía el espacio y una voz desde el cielo dijo, Heme aquí, me enviaron a mí. Mi mirada se dirigió arriba y vi como pétalos amarillos llenaban el suelo que pisaba. Observé a un ser con cuerpo humano traer dos piedras en forma de lápidas, en ellas estaban algunos escritos los cuales no pude visualizar bien.

Soy el Girasol, la flor de la fortaleza y la verdad. Soy la flor que trae consigo ciertas consignas que el ser humano creo para creer en mentiras y en farsas creadas por andariegos que no tenían amor ni paz en sus almas, en sus corazones. Soy la flor destinada a ver la muerte y vida de los seres que pisan los jardines cultivados por la Aceptación. Soy enviada de la Mesías para traerte ciertos mandatos creados por falsos profetas que quieren herir y matar. Que quieren vivir mintiendo y obsesionándose de flores, quitándoles sus pétalos, arrancándoles de su suelo fértil. Soy la enviada a juzgarte y acercarte a una vida llena de frutos, llena de paz.

Estaba arrodillado con lágrimas en los ojos. Aquel ser no tenía cuerpo de hombre o mujer, era similar a otra flor que había visto. Vi a aquel ser lleno de brillo, lleno de paz, lleno de calor. Era diferente, era un ser que se empoderaba de todo el jardín. Ayuda, exclamé mientras abrazaba a la depresión. Ayúdame a salvar a este ser que me acompaña desde el inicio de este viaje.

Pobre de ti, pobre aquel escribano que cree que la depresión es parte de una vida placentera. Mira sus ojos, ¿acaso no te trae algo familiar? Dicho eso me fijé en la mirada de la Depresión, me di cuenta de que eran los ojos de mi andariego, eran tus ojos, mi viejo amor. Continuó diciendo, aquella criatura deforme es la esperanza que la muerte no pudo matar, es la esperanza que tienes de que aquel andariego volverá y te recogerá otra vez. Mira a esa criatura, porque es la última vez que la verás.

No, le dije mientras abrazaba fuerte al ser deforme. No quiero que muera, no quiero que se vaya. Quiero que se quede, quiero que viva, quiero que vuelva. Lo quiero, lo amo, lo amo. Dije mientras mi rostro se dirigía al pecho de aquel ser. Tanto daño, tanto dolor te hizo pasar tu andariego, se nota, se respira, se vive; dijo el Girasol. Pues bien, he traído conmigo cinco mentiras de los falsos profetas, esos falsos amores que te dicen que el amor es verdadero.

Dicho eso vi como dejaba las piedras en forma de lápidas frente a mí. Dando algunos pasos hacia atrás se hincó, puso sus manos sobre el suelo y lo beso. Hecho esto salió de la tierra un altar de sacrificio, aquel estaba rodeado de flores amarillas. El Girasol se levantó, se dirigió hacia mí tomando de mis débiles brazos a la Depresión. ¡Qué haces! Grité mientras trataba de levantarme del suelo, pero mis fuerzas eran en vano. ¿Qué haces? Volví a decir con una voz leve. El Girasol acostó a la Depresión en el altar, lo hizo de una forma suave y delicada.

Levántate, escribano. Ven. Dijo desde el altar. Me levanté suavemente tomando inconscientemente las piedras que dejó en el suelo. Las llevé sobre el altar y vi al ser deforme respirando con dificultad.

Las piedras tienen mentiras las cuales llamaron mandamientos, les dieron ese nombre para que las flores arrancadas crean en los falsos profetas. El primer mandamiento es El amor todo lo perdona. Desde arriba vimos cómo sufriste, cómo hiciste sufrir. Desde arriba escuchamos tus quejas, desde arriba lo vivimos todo de ti. Fuiste poco cuidadoso y creíste que todo se perdona, perdonando engaños, perdonando golpes, perdonando maltratos. Creíste en algo que no era verdad.

Crecí con esas mentiras, dije susurrando. Crecí creyendo que mi viejo amor cambiaría, creí que todo lo que vivimos lo podíamos reparar, podíamos tomar los pedazos que creamos para volver amar. Creí en él, creí en mí, creí en nosotros. Lo perdoné porque el amor lo perdona.

Falso, dijo el Girasol. El amor no lastima, el amor no engaña, el amor es bueno. Dijo tomando una daga que sacó de su túnica. El amor no miente, el amor no lo entiendes aún. Dejó la daga en el altar.

Los falsos profetas dicen esta mentira para hacernos creer que sus errores son perdonados, ¿quiénes son ellos para decidir eso? El amor no perdona todo, engañamos a nuestra alma para creer que esos errores no significan nada. Cuando la verdad nos rompen, nos matan; matan los sueños, marchitan las flores, matan. He visto como flores mueren, he visto como dejan de respirar y se pierden. ¿Te perdiste? ¿Te perdiste en su mirada?

Sí, dije viendo al ser agonizando en el altar. Me perdí porque creí que cambiaríamos, porque le creí a mi viejo amor. ¡Amor! Aún llamas amor a la persona que te trajo a vivir este calvario, me sorprende que mis hermanas me hayan enviado a ti. Dijo esto y a continuación tomó la daga y la clavo en el pecho del ser deforme que agonizaba; abrió su pecho y de este sacó tres semillas. Toma, dijo la flor. Plántalas ahora.

Tomé las semillas y las cultivé, cayeron mis lágrimas en ellas y de pronto brotaron hojas. Eran tres plantas, tres plantas que tomaron segundos en brotar. Escuché que se acercaba el Girasol regresé a verla y en su mano tenía una antorcha. Estos son tus brotes representan los sueños, las metas y los objetivos que cultivaron juntos; representa todo lo que quisiste hacer con el andariego. Tienes que quemarlos, me dio la antorcha y mi respuesta era no.

El fuego consume todo, el fuego hace que las cosas mueran definitivamente. Dijo el Girasol regresando al altar.

Yo estaba en el piso con vista al horizonte y vi una silueta parecida a mi andariego, grité tu nombre, grité tu apellido, grité pero no regresaste tu mirada. Cerré mis ojos y de la nada, cómo si fuera el primer día recordé todas las promesas que nos hicimos algún día cumplir. Los hijos que íbamos a tener, recordé sus nombres, recordé los apellidos. Vino a mi mente tu sonrisa cuando hablábamos de recorrer la vida, vino a mi mente tu calor, tus ojos cuando hablamos del futuro, vino una vida que idealizamos juntos. Abrí mis ojos, vi los brotes, los quemé. Tomé la antorcha y los quemé, de ellos provenían gritos de dolor, gritos desesperados que me recordaron la noche en que me dejaste y partiste hacia otro rumbo.

Miré al horizonte y por última vez grité tu nombre con todo el dolor de mi alma. Pero no regresaste a salvar los brotes que morían frente a mí.

Dalia 2

Sentando en el piso logré notar que la Dalia se acercaba a mí. Alcé mi vista para mirar su rostro que me traía paz.

Escribano, ¿notas algo diferente en ti? A lo que respondí con una negativa. Mi pequeño, es fácil notar que lo que sientes ahora ya no es dolor, es nostalgia, es comenzar a soltar. Las adversidades son fuertes para los seres humanos, unos pueden afrontarlas, otros se estancan para vivir con ese dolor que provocan las tormentas de los problemas. Pero, ahora que te veo siento que los recuerdos no hacen más que traerte una pequeña sonrisa y ya no tantas lágrimas. Es parte de un proceso que te enseña la vida para caminar en este mundo.

En ese momento el segundo ángel se acercó a mí, su mirada era de color negro y su cabello era oscuro, le llegaban a los hombros. Sus alas eran enormes, casi podía ver a ese ser volar por los cielos, recorrer naciones para llevar su mensaje. En su cabeza se hallaba una tiara con su nombre grado, era Compañía.

Buenas tardes, me presento, son el segundo ángel llamado Compañía. He venido desde el lejos para traerte una buena nueva. Te contaré una historia, donde las flores ya no florecían solas, sino acompañadas.

Érase una vez un jardín solitario, seco y sin ningún rastro de flores. Un día un andariego que anda por allí botó una flor, aquella estaba a punto de morir, seca y sin esperanzas. Lloraba, suplicaba a su andariego que no la dejara en ese desierto, sin respuesta alguna vio como el andariego que la arrancó se aleja. Sus lágrimas hicieron que sus raíces se plantasen allí, comenzó con esfuerzo a recoger fuerzas de donde no tenía para no morir. Pasaron los días, las noches y vio una silueta aparecer por el horizonte; contenta, pensó que su andariego volvía por ella. La flor comenzó a peinarse, arreglarse, a poner color otra vez a sus pétalos. Se fijó que no era el suyo, era otro, que sin duda llevaba una flor en su mano; aquella flor se encontraba marchita, de igual forma a punto de morir, ese andariego la arrojó y empezó a caminar. La flor que ya estaba plantada vio como la otra lloraba y suplicaba que volviera el andariego que un día la arrancó de su tierra. La flor que ya estaba recuperada se enojó, tomó fuerzas para traer a la, ya casi muerta, flor marchita a su lado. No temas que yo estoy contigo, no temas que pasé lo mismo que tú. Ambas se abrazaron, una le ayudaba a la otra, conversaban, se reían, lloraban, pero nunca se dejaron ir. Así ese desierto comenzó a florecer por las flores que los andariegos arrojaban sin desdén en ese lugar. Las flores abrazaban otras flores, la vida comenzó a tomar otra vez sentido. Así, ellas entendieron que el abandonó se supera junto a alguien, junto a abrazos y anhelos compartidos. En ese momento se creo un jardín llamado Compagnie d’amour. Porque entendieron que la compañía salva y renace.

Soy la llamada Compañía y te traigo buenas nuevas mi escribano.

Dicho esto, el ángel abrió sus alas y se dirigió al cielo, su aroma era dulce y su voz era delicada. Cuando vi a ese ser volar, sonreí y salieron algunas lágrimas.

Escribano, plasma esta historia en tu vida y en tu corazón. Dijo la Dalia.

Yo, el escribano, arrancado de raíz por un andariego vengo y proclamo que el segundo ángel me dejó un mensaje de amor y comprensión. Yo, el escribano, les digo a las demás flores, no están solas. Hay muchas que fueron arrancadas, que luchan por respirar sin llorar. Oh, mi buen ángel, te he escuchado, te he sentido, te he comprendido. Mi vida gira entorno a las personas, las flores que me rodean, que rodean un jardín. Mi buen ángel, gracias por enseñarme que la compañía de buenas flores llena, llenará y llenó mi vida, la vida de un escribano que estuvo a punto de morir de dolor, de sufrir. Yo, soy el escribano, digno de compañía, digno de amor, digno de las cosas buenas y agradables en esta y la siguiente vida.

Las flores que renacen, las que vuelven a tener color son las flores que yacen en un jardín rodeadas de anécdotas, de sonrisas y de amor, fraterno amor. Oh, mi ángel, gracias, mil veces gracias.

La Dalia sonrió y continuó diciendo, he aquí un escribano que ya no duele, que ya no llora por un andariego que lo arrancó de raíz, que mató su alma, que alejó su vida, que dejó caer en un desierto una y otra vez. He aquí soy la testigo de aquella sonrisa que tienes ahora. Falta poco, falta nada para que encuentres a la Mesías.

Orquídea 3

Mi voz se quebrantó, mi corazón se detuvo ante la impresión de ver a la mujer que me trajo a la vida. Sonreí un momento y después corrí hacia el espejo cuya inscripción decía ‘Consolación’. Mamá, dije mientras mi voz se apagaba de momentos.

Mi amor, dijo mi madre. Mi amor, ¿cómo es posible que dejarás que un andariego te marchitara? En mi matriz te enseñé el amor verdadero, con mis ojos te eduqué para que nada te de miedo. Ahora te siento débil, sin amor, sin valor, sin tu ser. ¿Qué ha pasado mi vida?

Mamá, dije mientras el corazón se detenía en mi pecho. Falleciste, vi como te alejabas, te me fuiste. Te necesito, sal, sal. ¡Orquídea! ¡Santa Orquídea! Saca a mi mamá, sácala un momento. Quiero abrazarla, quiero que me abrace. ¡Madre de la lujuria! ¡Sácala!

Ella no puede hacerlo, me fui, pero a la vez me quedé. Toda madre cultiva las flores que pare con dolor, toda madre sabe alimentar aquellas flores que nacen de su matriz. Cuando la flor ya está lista, la madre la deja crecer. A veces las madres nos vamos, a veces nos quedamos. Algunas dejan a sus flores libres, otras se mantienen cerca y nunca se van. Las madres somos raras, porque vemos a nuestras flores como capullos. Pero toda madre deja algo a sus flores, les dejan coloridas, les dejan fuertes, les dejan valientes; para que crezcan sin importar la tierra donde quieran pertenecer. Mi pequeño escribano, eres mi primera flor, te vi nacer, te vi crecer y sonreír; pero un andariego te arrebató y no hiciste nada. Desde lejos te vi marchitar, desde lejos te vi podrirte. Pensando, ¿qué hice mal?

Vi a mi madre detrás del cristal llorar desconsoladamente, sus palabras llegaron a como flechas. Una tras otra hería mi alma. Nada, no hiciste nada, respondí a la última pregunta de mi madre. Una flor necesita una madre que le enseñé como volver a crecer pese a que la tormenta invada todo a su alrededor. Me he marchitado, me he podrido, me han echado a la basura, me hicieron pensar que ni para el abono sirvo. Y no te encontré, porque te fuiste, no te encontraba mamá. Me regaste con amor, me cultivaste con esperanza, me alumbrabas con paz. Y me arrancaron, tomaron todos mis pétalos, jugaron con mis hojas y cuando no quedaba nada más de mí, me tiraron.

Dije todo mientras caía arrodillado frente al espejo de mi madre. Te necesito, ¡Orquídea! ¡Orquídea, sácala! ¡Saca a mi madre, maldita sea sácala! ¡Mamá!

Mi amor, mi vida. Qué no daría por salir de aquí y abrazarte fuerte. Abrazarte y no dejarte. Que sientas mi calor como cuando eras un niño que llegaba por las noches asustado por demonios que están en tus sueños. Te encontraste con un monstruo que te destruyó, que destruyó todo lo que amo. Mi amor, mi vida; cuánto has sufrido en esta vida. Te encontraste con aquel que te quitó todo, te quitó esa sonrisita que tanto amé.

Mi madre lloraba también al otro lado del espejo. Yo estaba arrodillado frente a ella. Comencé a decir una oración.

Mientras tus ojos me vigilaban, mi mirada era dirigida hacía aquel andariego que lastimaba a escondidas. Preferí un calor que me llenaba minutos, a tus manos cálidas que me cuidaron desde que era una semilla. Bendita eres entre todas las mujeres, bendita eres mamá.

Ella respondió.

Amor, mi chiquito. Una madre se va físicamente, a veces no queremos, queremos ser eternas para verlos crecer. Para ayudarles cuando se pierdan en este camino. Yo ya me fui, mi cuerpo que te calentaba ya no está; pero cuando cierres tus ojos y llames a la puerta de mi recuerdo, abriré esa puerta y te abrazaré desde mis valores, desde mis amores, desde mis deseos y bendiciones que te mandé antes de morir. Soy tu consuelo, soy, de ahora en adelante, tu consolación.

No te vayas, dije mientras alcé mi vista para ver los ojos de aquella mujer que dio todo por mí.

No me iré, me quedaré. Para siempre estaré contigo, de una forma en la cual nadie, más que una madre podrá entender. Mi amor, te amo, yo sí te amo. Te amo que daría todo para que no hayas pasado todo lo que pasaste. Yo sí te amo y me quedaré contigo siempre, mi chiquito. Pero ahora es momento que la siguiente flor te llevé, ya estás cerca, lo presiento. Presiento que ya mismo encontrarás a la Mesías de la que tanto hablan las flores.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén, dije susurrando.

El espejo no se rompió, solo se fue la imagen de mi madre. La luz que salía del cristal seguía encendida. Me levanté, sonreí a mí reflejo y de pronto, de la nada, apareció la flor de la lujuria.

Te pareces tanto a tu madre, escribano. Ella fue una flor valiente y fuerte, recuerdo que todas mis hermanas hablan de ella como si fuera inmortal. Tienes todo de ella. Dijo la flor.

Gracias, pero ¿a dónde fue? ¿Por qué este espejo no se rompe? Pregunté desconcertado.

Ella está viviendo en tu corazón, suena romántico, todo lo contrario a mí. Pero, ella es tu consolador, ese ser que habitará toda la vida en ti. Cómo lo dijo, ella nunca se irá porque el amor que te tiene es más fuerte que la misma muerte. Te envidio escribano.

Con este regalo me despido. Es momento de irme, la próxima flor es mi hermana mayor. Con ella empieza el camino que tanto esperamos que encuentres, el camino hacía la Aceptación. Mi hermana es una de las tres serafines, parte de la corte real de este jardín.

Creo en que hallarás paz, escribano. Adiós.

Vi a la Orquídea alejarse, caminaba tranquila. Los espejos volvieron a enterrarse, como nacieron del suelo; el mismo suelo los llevó. Miré al cielo y solo susurré, mamá.

¿Así que pasaste la prueba de la Orquídea? Dijo una voz gentil que estaba a mis espaldas.

Cuando regresé a ver al ser que preguntó eso me encontré con una especie de criatura que me llenó de temor.  

Ya no te necesito

Van casi 6 meses de nuestra ruptura, la verdad aprendí que el dolor de un corazón roto es inexplicable. Al inicio parecía que todo se acaba, que las pesadillas parecen un nunca acabar, que te necesitas a tu viejo amor para respirar. Dejarte fue la decisión más difícil para mí, mi alma quería recuperarte, rogarte y humillarme para solamente tenerte y estar, sin importar que el amor se había ido hace 3 años atrás.

Sabes, ahora entendí que ya no te necesito. Ya no necesito que me escribas mensajes diciendo que soy la persona más importante, porque me tengo a mí. Ya no te necesito, porque aquellas noches donde te contaba todo mi día, se las cuento a mis amigos. Ya no te necesito, para que me digas que mi voz es especial, porque mi familia me da el empuje necesario. Ya no te necesito, como aquellos días en los cuales buscaba tu aprobación para sentirme importante, para eso tengo a mis jefes y compañeros que ven ese potencial que me demuestra que estoy en el camino correcto. Ya no te necesito, como aquellos días que simplemente necesitaba un abrazo porque encontré a gente que vibra en la misma sintonía que yo.

Y para que entiendas. Ya no te necesito. Pero te amo por ser mi primer amor.

Adiós.

Orquídea 2 

El primer espejo se había roto, entre los escombros me encontraba yo, delirando, extrañando y simplemente deseando que esto ya pare. Miré como la Orquídea se acercaba a mí, sus pies ya estaban en mi rostro, esperaba con ganas que me pateara como esas veces que se metió entre nosotros. Mis lágrimas caían y de pronto detrás de la silueta del ser antropomorfo vi una luz brillar, se trataba del segundo espejo. Tomé fuerzas donde no las tenía me senté y observé que en la parte superior del espejo estaba el nombre ‘sacrificio’.  

Esta vez tendrás que observar la segunda faceta de la trinidad, me dijo la Orquídea mientras su mirada se dirigía al espejo. Y limpiándose las manos se fue dejando un corazón roto, ofreciendo el dolor y sufrimiento como único sacrificio. Sacrificio lleno de ansiedad y angustia. La Orquídea comenzó a llorar por primera vez.  

Me levanté del suelo lleno de pedazos de amor. Me acerqué y nos vi. Ambos nos mirábamos llenos de odio y de rencor. Me fijé que tus manos ya no estaban cerca de mí, que tu mirada pasó de amor a dolor. Me vi detrás de ese cuadro, mi mirada era de angustia, depresión. Era ver un cuadro de aquellas personas que un día éramos y ahora tengo que ver dos veces esa escena para darme cuenta de que somos distintos.  

Sacrificaron tanto, que solo con verlos me doy cuenta de que se amaron con tanta intensidad para llegar a odiarse y hacerse tanto daño. La Orquídea me dijo eso mientras ambos soltábamos en llanto. ¿Qué se siente ser amado? Me dijo mientras veíamos que la escena no cambiaba.  

Sientes que flotas, que el mundo se detiene, que decirle ‘Te amo’ tiene un significado, sientes que no te importa nada y que puedes hacerlo todo. Sentirse amado es saber que puedes caer en sus brazos sin problema, que te abraza hasta que el mundo se detenga y encuentres la solución a ese problema que tanto te aqueja.  Es escuchar tu nombre de aquella voz que quieres que nunca se vaya. Le dije mientras mi mano era puesta en el cristal del segundo espejo.  

Gracias, ahora quiero saber ¿qué se siente vivir todo lo que sufriste de aquella persona que tanto amaste? Es el dolor que te mata, que tratas de encontrar una respuesta a todo lo que esa persona te hace y te hizo. Sientes que mueres todos los días preguntándote qué hacer para ser mejor. Y ya no sientes el amor de antes, solo vives esperanzado de que puedas retroceder el tiempo para volver a decir ‘Te amo’ como la primera vez. No sabes qué hiciste o cómo reparar lo que ambos rompieron. Quisieras odiar a esa persona que te hace y te hizo sufrir, pero no puedes porque le amas tanto que perdonarías todo. Y aunque estuvieras roto irías a abrazarlo y decirle estaremos bien. Le dije mientras mis lágrimas caían.  

¿Cómo has aguantado tanto? Me preguntó mientras lloraba a mi lado. No sé, le respondí aquella flor.  

En toda mi vida entendí que los seres humanos son tonto, estúpidos y masoquistas. Sacrifican su propia vida por el bienestar del otro, viendo como el dolor invade su ser y los hace perder lo hermoso de la vida. Y me llaman a mí, la Orquídea para satisfacer necesidades absurdas y banales. He visto cómo sacrifican jardines hermosos, llenos de amor y paz. ¿Puedo preguntarte algo? Dijo aquella flor.  

Claro, respondí suavemente.  

¿Valió la pena sacrificar su Edén por momento con otras personas? Dijo mientras levantaba una piedra del suelo.  

No, no lo valió, pero ya se acabó. Dije mientras caía la última lágrima de mi rostro.  

Toma, es momento de que acabes con esto. Ya falta poco, mi querido escribano. Me entregó la piedra y antes de romper el espejo dije una oración.  

Bendita seas entre todas las flores y bendito sean los frutos de tu trabajo. Santa Orquídea, madre de la lujuria, aléjate ya de los jardines de las pequeñas flores que están por crecer. Ahora y hasta la muerte. Amén.  

Con toda mi fuerza rompí el espejo donde ya no había amor. Las lágrimas dejaron de salir y una tranquilidad invadía mi cuerpo.  

Orquídea falta un espejo, ¿verdad? Pregunté sin respuesta. Giré mi vista a todos los lados sin encontrar esa flor. Se hizo de noche y la única luz que resplandecía era la del tercer espejo. Miré la inscripción superior y decía ‘consolación’. Me acerqué y noté que la luz que emanaba de este espejo era demasiado brillante. Me alejé para llamar a la Orquídea y de pronto una voz salió del tercer espejo.  

De una matriz naciste fuerte, de aquella saliste feliz, de la misma saliste valiente. De mi matriz naciste. Dijo la voz de aquel espejo.  

¿Mamá? Dije mientras mi voz sé quebraba.