Vi al enorme dragón frente a mí, su aroma era dulce y se notaba que las mariposas del jardín preferían su olor ante las demás flores. Noté que las mariposas se posaban y al tocar al dragón caían muertas. ¿Qué les pasó? Le pregunté. Soy la bestia destructora de vida y esperanza, me condenaron a una vida llena de dolor y lujuria. Mi misión en esta vida es pervertir a los valles de amores con el sexo. Me llamo Orquídea, mi olor es dulce pero mi presencia es un veneno amargo que mata toda vida.
Su voz era cautivante, una voz que me llama a sus fauces. ¿Cartas de odio? Mi alma no tiene odio, soy un escribano triste que la vida echo en este jardín lleno de flores. Ahora vienes y me dices que tú serás el profeta que me llevará al odio. ¿Quién crees que soy yo? Le respondí a la bestia.
De su boca salió fuego provocando que el jardín se llenara de llamas. Estaba rodeado, indefenso, cegado por las llamas y el humo. De pronto, una silueta humana apareció entre el fuego y con una voz distorsionada dijo; soy la Orquídea la hija de la lujuria y el sexo. Soy la que perpetra paraísos, que mata sin pensar y crea un caos cuando me permiten entrar a los valles del amor. Escribano, esta vez seré la flor de tu desgracia. Mis hermanas han sido buenas compañeras, pero yo soy la flor atractiva que envenena corazones y aqueja almas.
Dicho esto, noté que la Orquídea tomó una forma humana, no era hombre ni mujer, era un ser andrógino que simbolizaba la dualidad de la sexualidad. Escribano, ¿has escuchado de la trinidad? Un complejo concepto donde la divinidad existe en distintos trabajos. Sonrió delicadamente y del piso salieron tres espejos grandes. Los marcos eran de madera, orquídeas talladas decoraban los espejos, los cuales me rodeaban.
Soy la Orquídea, una dulce y elegante flor. Tú, escribano, me dejaste entrar a tu paraíso. Soy yo la que con mi fragante olor hizo que tu inocencia muera. Se acercó a mi sutilmente y acarició mi rostro. Al principio no había nada y esa nada se convirtió en acción, amor. ¿Qué sabes del amor? Es esa decisión que tomas cuando quieres unir tu vida con alguien, ese alguien se convierte en la acción más significativa de tu existencia. Viste que era bueno y lo llamaste amor. Tú, pobre ser, tú, triste ente.
Giró mi rostro hacía el espejo de nombre ‘amor’. Noté que dentro de este había siluetas, pequeñas siluetas. Me acerqué y miré a dos niños, niños sentados, sonriendo, diciendo ‘amor’, con una voz ingenua e infantil. Vi a dos niños, se parecían a nosotros. Sí, lo notaste escribano. Esos dos niños eran ustedes dos. La creación comienza con la infantil idea de la eternidad.
He aquí la primera carta de la Orquídea, dije susurrando. ¿Qué notas? Preguntó. Los enamorados nacen desde la inocencia, no saben que es el amor. Los enamorados solo sienten, viven y ríen. Son niños jugando al amor, piensan en la eternidad, en ese cuento del felices para siempre. Mira, le dije a la Orquídea, mira a esos dos infantes jugando, tomándose de las manos y jurando eternidades vacías.
Pobre de ti. Tú lo hiciste, tú le engañaste, tu viejo amor te engañó. Mira como se destruye todo. Pobre de ti, escribano. Tu amor no resistió la consecuencia de tu pecado. Tú mataste el amor, tu viejo amor lo mató. Ambos, los dos, mataron a esos niños.
Cállate. ¡Cállate! Tú no sabes nada del amor, maldita flor. Tú sabes destruir, sabes engañar y sabes odiar.
Yo soy la flor de la lujuria, me oliste, me tomaste y me trajiste a este valle de amor. Mira el espejo y dime qué ves.
Seguimos juntos, seguimos enamorados. Dos niños que no sabían que era lo que les deparaba.
Los niños crecieron, se hicieron adultos. Vivieron y disfrutaron la inocencia. Ahora son seres que descubren y tocan. En su madurez probaron sus labios y vieron que era bueno, y eso bueno lo llamaron besos. Luego notaron que sus ojos brillaban cuando se miraban, sabían que era algo bueno y lo llamaron afecto. De pronto, rozaron sus cuerpos y vieron que era bueno y lo llamaron cariño. Le dije a la Orquídea mientras veía que los niños crecían.
Y entre yo, la flor, como símbolo pecaminoso de un paraíso que construyeron día a día. Me probaron, se satisficieron con mi sabor. Y comenzó la destrucción. Las estrellas de su cielo se apagaban, el sol ya no calentaba. El agua resultaba desagradable y la tierra no daba fruto alguno. Entre yo, una flor, destinada a ser la causante de tanto dolor.
¿La probamos los dos? Sí, dije mientras veía el espejo trisándose en una esquina. Te probé, te probó. Tu sabor, tu aroma, tu esencia nos cautivó. Vimos que era malo, pero le pusimos nombre, engaño. Ocultábamos las veces que te probamos una y otra vez. Puedo hablar de mí, que me dolía, que me estremecía. Sabía las veces que te llevó a su boca, lo entendía, ya eras parte de nuestra vida, de nuestro Edén. No siento odio, siento dolor. Dolor de esos dos niños que veo en el pasado, que se amaron, que compartían, que soñaban juntos. No siento odio ahora, siento dolor. Siento ira, ya no tengo culpa.
Miré a la Orquídea reflejada y su mirada era vacía. Vacía como la primera vez que te engañé. Mi mirada era vacía como la lujuria que sentía en ese momento. Lloré, ese día lloré. Me lastimé y te oculté, oculté el pecado que había cometido. Oraba a dios, al diablo, ángeles y vírgenes para que quiten ese peso de mi vida. Te amo, te amo, te amo; repetía las noches enteras. Mi cuerpo se llenaba de rabia, mi cuerpo lo entregué a otra persona. Me odié, me odio, me odiaré.
Vacía es mi mirada, vacía es la sensación que provoco. Soy elegante y hermosa. Rara y empeñosa. Soy la Orquídea, llena de sexo, llena de odio.
Seguía viendo cómo el paraíso se llenaba de muerte. Recordé a esos dos infantes, recordé las fotos que me enseñaste alguna vez. Vi esa sonrisa inocente, tus ojos nunca cambiaron, tu color de piel seguía siendo el mismo. Sonreías viéndome, viéndole al pequeño escribano. No te merecías esto, no me merecía esto. Amarnos pensando que era un juego inocente, donde dos niños que estaban ilusionados terminaron muriendo de formas distintas. Me vi, ese niño con sueños, con una meta que era un final feliz. Éramos inocentes, ¿recuerdas? ¿La primera vez que te amé? Me odio por herirnos, por herirte, por herirme. Queríamos llegar a más, deseábamos como niños pequeños caernos y que el único dolor sea el de las rodillas.
Los mataron. Susurró a mi oído. Los mataron a los niños que tenían ganas de vivir el amor. Su primer amor.
¡Cállate! Tú no sabes nada. No sabes amar, no sabes cuánto dolor siento al vernos detrás de un espejo. Porque significa que todo acabó, es un cuadro roto como mi alma se destrozó el día que decidió soltar mi mano y caminar con su soledad. Como un andariego, sin rumbo, sin destino, llevándote a ti como su única compañera.
El espejo se rompió y la luz que era buena se desvaneció.
He aquí, la flor destinada a tu ruina.
Caí al piso, adolorido y apagado.