En mis brazos ya hacía la depresión agonizando, muriendo lento. Sus lágrimas eran evidentes en ese ser deforme que no tenía ya más fuerzas de seguir.
Depresión, yo el escribano comencé un viaje contigo. ¿Estás a punto de irte? ¿Estás a punto de dejarme? A lo que ella me respondió con un movimiento afirmativo haciéndolo con la cabeza. Mis lágrimas caían en el cuerpo de aquel ser solo al ver su agonía. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que esperar a la siguiente flor? ¿Tengo que tratar de mantenerte con vida? Un calor invadía el espacio y una voz desde el cielo dijo, Heme aquí, me enviaron a mí. Mi mirada se dirigió arriba y vi como pétalos amarillos llenaban el suelo que pisaba. Observé a un ser con cuerpo humano traer dos piedras en forma de lápidas, en ellas estaban algunos escritos los cuales no pude visualizar bien.
Soy el Girasol, la flor de la fortaleza y la verdad. Soy la flor que trae consigo ciertas consignas que el ser humano creo para creer en mentiras y en farsas creadas por andariegos que no tenían amor ni paz en sus almas, en sus corazones. Soy la flor destinada a ver la muerte y vida de los seres que pisan los jardines cultivados por la Aceptación. Soy enviada de la Mesías para traerte ciertos mandatos creados por falsos profetas que quieren herir y matar. Que quieren vivir mintiendo y obsesionándose de flores, quitándoles sus pétalos, arrancándoles de su suelo fértil. Soy la enviada a juzgarte y acercarte a una vida llena de frutos, llena de paz.
Estaba arrodillado con lágrimas en los ojos. Aquel ser no tenía cuerpo de hombre o mujer, era similar a otra flor que había visto. Vi a aquel ser lleno de brillo, lleno de paz, lleno de calor. Era diferente, era un ser que se empoderaba de todo el jardín. Ayuda, exclamé mientras abrazaba a la depresión. Ayúdame a salvar a este ser que me acompaña desde el inicio de este viaje.
Pobre de ti, pobre aquel escribano que cree que la depresión es parte de una vida placentera. Mira sus ojos, ¿acaso no te trae algo familiar? Dicho eso me fijé en la mirada de la Depresión, me di cuenta de que eran los ojos de mi andariego, eran tus ojos, mi viejo amor. Continuó diciendo, aquella criatura deforme es la esperanza que la muerte no pudo matar, es la esperanza que tienes de que aquel andariego volverá y te recogerá otra vez. Mira a esa criatura, porque es la última vez que la verás.
No, le dije mientras abrazaba fuerte al ser deforme. No quiero que muera, no quiero que se vaya. Quiero que se quede, quiero que viva, quiero que vuelva. Lo quiero, lo amo, lo amo. Dije mientras mi rostro se dirigía al pecho de aquel ser. Tanto daño, tanto dolor te hizo pasar tu andariego, se nota, se respira, se vive; dijo el Girasol. Pues bien, he traído conmigo cinco mentiras de los falsos profetas, esos falsos amores que te dicen que el amor es verdadero.
Dicho eso vi como dejaba las piedras en forma de lápidas frente a mí. Dando algunos pasos hacia atrás se hincó, puso sus manos sobre el suelo y lo beso. Hecho esto salió de la tierra un altar de sacrificio, aquel estaba rodeado de flores amarillas. El Girasol se levantó, se dirigió hacia mí tomando de mis débiles brazos a la Depresión. ¡Qué haces! Grité mientras trataba de levantarme del suelo, pero mis fuerzas eran en vano. ¿Qué haces? Volví a decir con una voz leve. El Girasol acostó a la Depresión en el altar, lo hizo de una forma suave y delicada.
Levántate, escribano. Ven. Dijo desde el altar. Me levanté suavemente tomando inconscientemente las piedras que dejó en el suelo. Las llevé sobre el altar y vi al ser deforme respirando con dificultad.
Las piedras tienen mentiras las cuales llamaron mandamientos, les dieron ese nombre para que las flores arrancadas crean en los falsos profetas. El primer mandamiento es El amor todo lo perdona. Desde arriba vimos cómo sufriste, cómo hiciste sufrir. Desde arriba escuchamos tus quejas, desde arriba lo vivimos todo de ti. Fuiste poco cuidadoso y creíste que todo se perdona, perdonando engaños, perdonando golpes, perdonando maltratos. Creíste en algo que no era verdad.
Crecí con esas mentiras, dije susurrando. Crecí creyendo que mi viejo amor cambiaría, creí que todo lo que vivimos lo podíamos reparar, podíamos tomar los pedazos que creamos para volver amar. Creí en él, creí en mí, creí en nosotros. Lo perdoné porque el amor lo perdona.
Falso, dijo el Girasol. El amor no lastima, el amor no engaña, el amor es bueno. Dijo tomando una daga que sacó de su túnica. El amor no miente, el amor no lo entiendes aún. Dejó la daga en el altar.
Los falsos profetas dicen esta mentira para hacernos creer que sus errores son perdonados, ¿quiénes son ellos para decidir eso? El amor no perdona todo, engañamos a nuestra alma para creer que esos errores no significan nada. Cuando la verdad nos rompen, nos matan; matan los sueños, marchitan las flores, matan. He visto como flores mueren, he visto como dejan de respirar y se pierden. ¿Te perdiste? ¿Te perdiste en su mirada?
Sí, dije viendo al ser agonizando en el altar. Me perdí porque creí que cambiaríamos, porque le creí a mi viejo amor. ¡Amor! Aún llamas amor a la persona que te trajo a vivir este calvario, me sorprende que mis hermanas me hayan enviado a ti. Dijo esto y a continuación tomó la daga y la clavo en el pecho del ser deforme que agonizaba; abrió su pecho y de este sacó tres semillas. Toma, dijo la flor. Plántalas ahora.
Tomé las semillas y las cultivé, cayeron mis lágrimas en ellas y de pronto brotaron hojas. Eran tres plantas, tres plantas que tomaron segundos en brotar. Escuché que se acercaba el Girasol regresé a verla y en su mano tenía una antorcha. Estos son tus brotes representan los sueños, las metas y los objetivos que cultivaron juntos; representa todo lo que quisiste hacer con el andariego. Tienes que quemarlos, me dio la antorcha y mi respuesta era no.
El fuego consume todo, el fuego hace que las cosas mueran definitivamente. Dijo el Girasol regresando al altar.
Yo estaba en el piso con vista al horizonte y vi una silueta parecida a mi andariego, grité tu nombre, grité tu apellido, grité pero no regresaste tu mirada. Cerré mis ojos y de la nada, cómo si fuera el primer día recordé todas las promesas que nos hicimos algún día cumplir. Los hijos que íbamos a tener, recordé sus nombres, recordé los apellidos. Vino a mi mente tu sonrisa cuando hablábamos de recorrer la vida, vino a mi mente tu calor, tus ojos cuando hablamos del futuro, vino una vida que idealizamos juntos. Abrí mis ojos, vi los brotes, los quemé. Tomé la antorcha y los quemé, de ellos provenían gritos de dolor, gritos desesperados que me recordaron la noche en que me dejaste y partiste hacia otro rumbo.
Miré al horizonte y por última vez grité tu nombre con todo el dolor de mi alma. Pero no regresaste a salvar los brotes que morían frente a mí.