Girasol 1

En mis brazos ya hacía la depresión agonizando, muriendo lento. Sus lágrimas eran evidentes en ese ser deforme que no tenía ya más fuerzas de seguir.

Depresión, yo el escribano comencé un viaje contigo. ¿Estás a punto de irte? ¿Estás a punto de dejarme? A lo que ella me respondió con un movimiento afirmativo haciéndolo con la cabeza. Mis lágrimas caían en el cuerpo de aquel ser solo al ver su agonía. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que esperar a la siguiente flor? ¿Tengo que tratar de mantenerte con vida? Un calor invadía el espacio y una voz desde el cielo dijo, Heme aquí, me enviaron a mí. Mi mirada se dirigió arriba y vi como pétalos amarillos llenaban el suelo que pisaba. Observé a un ser con cuerpo humano traer dos piedras en forma de lápidas, en ellas estaban algunos escritos los cuales no pude visualizar bien.

Soy el Girasol, la flor de la fortaleza y la verdad. Soy la flor que trae consigo ciertas consignas que el ser humano creo para creer en mentiras y en farsas creadas por andariegos que no tenían amor ni paz en sus almas, en sus corazones. Soy la flor destinada a ver la muerte y vida de los seres que pisan los jardines cultivados por la Aceptación. Soy enviada de la Mesías para traerte ciertos mandatos creados por falsos profetas que quieren herir y matar. Que quieren vivir mintiendo y obsesionándose de flores, quitándoles sus pétalos, arrancándoles de su suelo fértil. Soy la enviada a juzgarte y acercarte a una vida llena de frutos, llena de paz.

Estaba arrodillado con lágrimas en los ojos. Aquel ser no tenía cuerpo de hombre o mujer, era similar a otra flor que había visto. Vi a aquel ser lleno de brillo, lleno de paz, lleno de calor. Era diferente, era un ser que se empoderaba de todo el jardín. Ayuda, exclamé mientras abrazaba a la depresión. Ayúdame a salvar a este ser que me acompaña desde el inicio de este viaje.

Pobre de ti, pobre aquel escribano que cree que la depresión es parte de una vida placentera. Mira sus ojos, ¿acaso no te trae algo familiar? Dicho eso me fijé en la mirada de la Depresión, me di cuenta de que eran los ojos de mi andariego, eran tus ojos, mi viejo amor. Continuó diciendo, aquella criatura deforme es la esperanza que la muerte no pudo matar, es la esperanza que tienes de que aquel andariego volverá y te recogerá otra vez. Mira a esa criatura, porque es la última vez que la verás.

No, le dije mientras abrazaba fuerte al ser deforme. No quiero que muera, no quiero que se vaya. Quiero que se quede, quiero que viva, quiero que vuelva. Lo quiero, lo amo, lo amo. Dije mientras mi rostro se dirigía al pecho de aquel ser. Tanto daño, tanto dolor te hizo pasar tu andariego, se nota, se respira, se vive; dijo el Girasol. Pues bien, he traído conmigo cinco mentiras de los falsos profetas, esos falsos amores que te dicen que el amor es verdadero.

Dicho eso vi como dejaba las piedras en forma de lápidas frente a mí. Dando algunos pasos hacia atrás se hincó, puso sus manos sobre el suelo y lo beso. Hecho esto salió de la tierra un altar de sacrificio, aquel estaba rodeado de flores amarillas. El Girasol se levantó, se dirigió hacia mí tomando de mis débiles brazos a la Depresión. ¡Qué haces! Grité mientras trataba de levantarme del suelo, pero mis fuerzas eran en vano. ¿Qué haces? Volví a decir con una voz leve. El Girasol acostó a la Depresión en el altar, lo hizo de una forma suave y delicada.

Levántate, escribano. Ven. Dijo desde el altar. Me levanté suavemente tomando inconscientemente las piedras que dejó en el suelo. Las llevé sobre el altar y vi al ser deforme respirando con dificultad.

Las piedras tienen mentiras las cuales llamaron mandamientos, les dieron ese nombre para que las flores arrancadas crean en los falsos profetas. El primer mandamiento es El amor todo lo perdona. Desde arriba vimos cómo sufriste, cómo hiciste sufrir. Desde arriba escuchamos tus quejas, desde arriba lo vivimos todo de ti. Fuiste poco cuidadoso y creíste que todo se perdona, perdonando engaños, perdonando golpes, perdonando maltratos. Creíste en algo que no era verdad.

Crecí con esas mentiras, dije susurrando. Crecí creyendo que mi viejo amor cambiaría, creí que todo lo que vivimos lo podíamos reparar, podíamos tomar los pedazos que creamos para volver amar. Creí en él, creí en mí, creí en nosotros. Lo perdoné porque el amor lo perdona.

Falso, dijo el Girasol. El amor no lastima, el amor no engaña, el amor es bueno. Dijo tomando una daga que sacó de su túnica. El amor no miente, el amor no lo entiendes aún. Dejó la daga en el altar.

Los falsos profetas dicen esta mentira para hacernos creer que sus errores son perdonados, ¿quiénes son ellos para decidir eso? El amor no perdona todo, engañamos a nuestra alma para creer que esos errores no significan nada. Cuando la verdad nos rompen, nos matan; matan los sueños, marchitan las flores, matan. He visto como flores mueren, he visto como dejan de respirar y se pierden. ¿Te perdiste? ¿Te perdiste en su mirada?

Sí, dije viendo al ser agonizando en el altar. Me perdí porque creí que cambiaríamos, porque le creí a mi viejo amor. ¡Amor! Aún llamas amor a la persona que te trajo a vivir este calvario, me sorprende que mis hermanas me hayan enviado a ti. Dijo esto y a continuación tomó la daga y la clavo en el pecho del ser deforme que agonizaba; abrió su pecho y de este sacó tres semillas. Toma, dijo la flor. Plántalas ahora.

Tomé las semillas y las cultivé, cayeron mis lágrimas en ellas y de pronto brotaron hojas. Eran tres plantas, tres plantas que tomaron segundos en brotar. Escuché que se acercaba el Girasol regresé a verla y en su mano tenía una antorcha. Estos son tus brotes representan los sueños, las metas y los objetivos que cultivaron juntos; representa todo lo que quisiste hacer con el andariego. Tienes que quemarlos, me dio la antorcha y mi respuesta era no.

El fuego consume todo, el fuego hace que las cosas mueran definitivamente. Dijo el Girasol regresando al altar.

Yo estaba en el piso con vista al horizonte y vi una silueta parecida a mi andariego, grité tu nombre, grité tu apellido, grité pero no regresaste tu mirada. Cerré mis ojos y de la nada, cómo si fuera el primer día recordé todas las promesas que nos hicimos algún día cumplir. Los hijos que íbamos a tener, recordé sus nombres, recordé los apellidos. Vino a mi mente tu sonrisa cuando hablábamos de recorrer la vida, vino a mi mente tu calor, tus ojos cuando hablamos del futuro, vino una vida que idealizamos juntos. Abrí mis ojos, vi los brotes, los quemé. Tomé la antorcha y los quemé, de ellos provenían gritos de dolor, gritos desesperados que me recordaron la noche en que me dejaste y partiste hacia otro rumbo.

Miré al horizonte y por última vez grité tu nombre con todo el dolor de mi alma. Pero no regresaste a salvar los brotes que morían frente a mí.

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Dalia 2

Sentando en el piso logré notar que la Dalia se acercaba a mí. Alcé mi vista para mirar su rostro que me traía paz.

Escribano, ¿notas algo diferente en ti? A lo que respondí con una negativa. Mi pequeño, es fácil notar que lo que sientes ahora ya no es dolor, es nostalgia, es comenzar a soltar. Las adversidades son fuertes para los seres humanos, unos pueden afrontarlas, otros se estancan para vivir con ese dolor que provocan las tormentas de los problemas. Pero, ahora que te veo siento que los recuerdos no hacen más que traerte una pequeña sonrisa y ya no tantas lágrimas. Es parte de un proceso que te enseña la vida para caminar en este mundo.

En ese momento el segundo ángel se acercó a mí, su mirada era de color negro y su cabello era oscuro, le llegaban a los hombros. Sus alas eran enormes, casi podía ver a ese ser volar por los cielos, recorrer naciones para llevar su mensaje. En su cabeza se hallaba una tiara con su nombre grado, era Compañía.

Buenas tardes, me presento, son el segundo ángel llamado Compañía. He venido desde el lejos para traerte una buena nueva. Te contaré una historia, donde las flores ya no florecían solas, sino acompañadas.

Érase una vez un jardín solitario, seco y sin ningún rastro de flores. Un día un andariego que anda por allí botó una flor, aquella estaba a punto de morir, seca y sin esperanzas. Lloraba, suplicaba a su andariego que no la dejara en ese desierto, sin respuesta alguna vio como el andariego que la arrancó se aleja. Sus lágrimas hicieron que sus raíces se plantasen allí, comenzó con esfuerzo a recoger fuerzas de donde no tenía para no morir. Pasaron los días, las noches y vio una silueta aparecer por el horizonte; contenta, pensó que su andariego volvía por ella. La flor comenzó a peinarse, arreglarse, a poner color otra vez a sus pétalos. Se fijó que no era el suyo, era otro, que sin duda llevaba una flor en su mano; aquella flor se encontraba marchita, de igual forma a punto de morir, ese andariego la arrojó y empezó a caminar. La flor que ya estaba plantada vio como la otra lloraba y suplicaba que volviera el andariego que un día la arrancó de su tierra. La flor que ya estaba recuperada se enojó, tomó fuerzas para traer a la, ya casi muerta, flor marchita a su lado. No temas que yo estoy contigo, no temas que pasé lo mismo que tú. Ambas se abrazaron, una le ayudaba a la otra, conversaban, se reían, lloraban, pero nunca se dejaron ir. Así ese desierto comenzó a florecer por las flores que los andariegos arrojaban sin desdén en ese lugar. Las flores abrazaban otras flores, la vida comenzó a tomar otra vez sentido. Así, ellas entendieron que el abandonó se supera junto a alguien, junto a abrazos y anhelos compartidos. En ese momento se creo un jardín llamado Compagnie d’amour. Porque entendieron que la compañía salva y renace.

Soy la llamada Compañía y te traigo buenas nuevas mi escribano.

Dicho esto, el ángel abrió sus alas y se dirigió al cielo, su aroma era dulce y su voz era delicada. Cuando vi a ese ser volar, sonreí y salieron algunas lágrimas.

Escribano, plasma esta historia en tu vida y en tu corazón. Dijo la Dalia.

Yo, el escribano, arrancado de raíz por un andariego vengo y proclamo que el segundo ángel me dejó un mensaje de amor y comprensión. Yo, el escribano, les digo a las demás flores, no están solas. Hay muchas que fueron arrancadas, que luchan por respirar sin llorar. Oh, mi buen ángel, te he escuchado, te he sentido, te he comprendido. Mi vida gira entorno a las personas, las flores que me rodean, que rodean un jardín. Mi buen ángel, gracias por enseñarme que la compañía de buenas flores llena, llenará y llenó mi vida, la vida de un escribano que estuvo a punto de morir de dolor, de sufrir. Yo, soy el escribano, digno de compañía, digno de amor, digno de las cosas buenas y agradables en esta y la siguiente vida.

Las flores que renacen, las que vuelven a tener color son las flores que yacen en un jardín rodeadas de anécdotas, de sonrisas y de amor, fraterno amor. Oh, mi ángel, gracias, mil veces gracias.

La Dalia sonrió y continuó diciendo, he aquí un escribano que ya no duele, que ya no llora por un andariego que lo arrancó de raíz, que mató su alma, que alejó su vida, que dejó caer en un desierto una y otra vez. He aquí soy la testigo de aquella sonrisa que tienes ahora. Falta poco, falta nada para que encuentres a la Mesías.

Orquídea 3

Mi voz se quebrantó, mi corazón se detuvo ante la impresión de ver a la mujer que me trajo a la vida. Sonreí un momento y después corrí hacia el espejo cuya inscripción decía ‘Consolación’. Mamá, dije mientras mi voz se apagaba de momentos.

Mi amor, dijo mi madre. Mi amor, ¿cómo es posible que dejarás que un andariego te marchitara? En mi matriz te enseñé el amor verdadero, con mis ojos te eduqué para que nada te de miedo. Ahora te siento débil, sin amor, sin valor, sin tu ser. ¿Qué ha pasado mi vida?

Mamá, dije mientras el corazón se detenía en mi pecho. Falleciste, vi como te alejabas, te me fuiste. Te necesito, sal, sal. ¡Orquídea! ¡Santa Orquídea! Saca a mi mamá, sácala un momento. Quiero abrazarla, quiero que me abrace. ¡Madre de la lujuria! ¡Sácala!

Ella no puede hacerlo, me fui, pero a la vez me quedé. Toda madre cultiva las flores que pare con dolor, toda madre sabe alimentar aquellas flores que nacen de su matriz. Cuando la flor ya está lista, la madre la deja crecer. A veces las madres nos vamos, a veces nos quedamos. Algunas dejan a sus flores libres, otras se mantienen cerca y nunca se van. Las madres somos raras, porque vemos a nuestras flores como capullos. Pero toda madre deja algo a sus flores, les dejan coloridas, les dejan fuertes, les dejan valientes; para que crezcan sin importar la tierra donde quieran pertenecer. Mi pequeño escribano, eres mi primera flor, te vi nacer, te vi crecer y sonreír; pero un andariego te arrebató y no hiciste nada. Desde lejos te vi marchitar, desde lejos te vi podrirte. Pensando, ¿qué hice mal?

Vi a mi madre detrás del cristal llorar desconsoladamente, sus palabras llegaron a como flechas. Una tras otra hería mi alma. Nada, no hiciste nada, respondí a la última pregunta de mi madre. Una flor necesita una madre que le enseñé como volver a crecer pese a que la tormenta invada todo a su alrededor. Me he marchitado, me he podrido, me han echado a la basura, me hicieron pensar que ni para el abono sirvo. Y no te encontré, porque te fuiste, no te encontraba mamá. Me regaste con amor, me cultivaste con esperanza, me alumbrabas con paz. Y me arrancaron, tomaron todos mis pétalos, jugaron con mis hojas y cuando no quedaba nada más de mí, me tiraron.

Dije todo mientras caía arrodillado frente al espejo de mi madre. Te necesito, ¡Orquídea! ¡Orquídea, sácala! ¡Saca a mi madre, maldita sea sácala! ¡Mamá!

Mi amor, mi vida. Qué no daría por salir de aquí y abrazarte fuerte. Abrazarte y no dejarte. Que sientas mi calor como cuando eras un niño que llegaba por las noches asustado por demonios que están en tus sueños. Te encontraste con un monstruo que te destruyó, que destruyó todo lo que amo. Mi amor, mi vida; cuánto has sufrido en esta vida. Te encontraste con aquel que te quitó todo, te quitó esa sonrisita que tanto amé.

Mi madre lloraba también al otro lado del espejo. Yo estaba arrodillado frente a ella. Comencé a decir una oración.

Mientras tus ojos me vigilaban, mi mirada era dirigida hacía aquel andariego que lastimaba a escondidas. Preferí un calor que me llenaba minutos, a tus manos cálidas que me cuidaron desde que era una semilla. Bendita eres entre todas las mujeres, bendita eres mamá.

Ella respondió.

Amor, mi chiquito. Una madre se va físicamente, a veces no queremos, queremos ser eternas para verlos crecer. Para ayudarles cuando se pierdan en este camino. Yo ya me fui, mi cuerpo que te calentaba ya no está; pero cuando cierres tus ojos y llames a la puerta de mi recuerdo, abriré esa puerta y te abrazaré desde mis valores, desde mis amores, desde mis deseos y bendiciones que te mandé antes de morir. Soy tu consuelo, soy, de ahora en adelante, tu consolación.

No te vayas, dije mientras alcé mi vista para ver los ojos de aquella mujer que dio todo por mí.

No me iré, me quedaré. Para siempre estaré contigo, de una forma en la cual nadie, más que una madre podrá entender. Mi amor, te amo, yo sí te amo. Te amo que daría todo para que no hayas pasado todo lo que pasaste. Yo sí te amo y me quedaré contigo siempre, mi chiquito. Pero ahora es momento que la siguiente flor te llevé, ya estás cerca, lo presiento. Presiento que ya mismo encontrarás a la Mesías de la que tanto hablan las flores.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén, dije susurrando.

El espejo no se rompió, solo se fue la imagen de mi madre. La luz que salía del cristal seguía encendida. Me levanté, sonreí a mí reflejo y de pronto, de la nada, apareció la flor de la lujuria.

Te pareces tanto a tu madre, escribano. Ella fue una flor valiente y fuerte, recuerdo que todas mis hermanas hablan de ella como si fuera inmortal. Tienes todo de ella. Dijo la flor.

Gracias, pero ¿a dónde fue? ¿Por qué este espejo no se rompe? Pregunté desconcertado.

Ella está viviendo en tu corazón, suena romántico, todo lo contrario a mí. Pero, ella es tu consolador, ese ser que habitará toda la vida en ti. Cómo lo dijo, ella nunca se irá porque el amor que te tiene es más fuerte que la misma muerte. Te envidio escribano.

Con este regalo me despido. Es momento de irme, la próxima flor es mi hermana mayor. Con ella empieza el camino que tanto esperamos que encuentres, el camino hacía la Aceptación. Mi hermana es una de las tres serafines, parte de la corte real de este jardín.

Creo en que hallarás paz, escribano. Adiós.

Vi a la Orquídea alejarse, caminaba tranquila. Los espejos volvieron a enterrarse, como nacieron del suelo; el mismo suelo los llevó. Miré al cielo y solo susurré, mamá.

¿Así que pasaste la prueba de la Orquídea? Dijo una voz gentil que estaba a mis espaldas.

Cuando regresé a ver al ser que preguntó eso me encontré con una especie de criatura que me llenó de temor.  

Orquídea 2 

El primer espejo se había roto, entre los escombros me encontraba yo, delirando, extrañando y simplemente deseando que esto ya pare. Miré como la Orquídea se acercaba a mí, sus pies ya estaban en mi rostro, esperaba con ganas que me pateara como esas veces que se metió entre nosotros. Mis lágrimas caían y de pronto detrás de la silueta del ser antropomorfo vi una luz brillar, se trataba del segundo espejo. Tomé fuerzas donde no las tenía me senté y observé que en la parte superior del espejo estaba el nombre ‘sacrificio’.  

Esta vez tendrás que observar la segunda faceta de la trinidad, me dijo la Orquídea mientras su mirada se dirigía al espejo. Y limpiándose las manos se fue dejando un corazón roto, ofreciendo el dolor y sufrimiento como único sacrificio. Sacrificio lleno de ansiedad y angustia. La Orquídea comenzó a llorar por primera vez.  

Me levanté del suelo lleno de pedazos de amor. Me acerqué y nos vi. Ambos nos mirábamos llenos de odio y de rencor. Me fijé que tus manos ya no estaban cerca de mí, que tu mirada pasó de amor a dolor. Me vi detrás de ese cuadro, mi mirada era de angustia, depresión. Era ver un cuadro de aquellas personas que un día éramos y ahora tengo que ver dos veces esa escena para darme cuenta de que somos distintos.  

Sacrificaron tanto, que solo con verlos me doy cuenta de que se amaron con tanta intensidad para llegar a odiarse y hacerse tanto daño. La Orquídea me dijo eso mientras ambos soltábamos en llanto. ¿Qué se siente ser amado? Me dijo mientras veíamos que la escena no cambiaba.  

Sientes que flotas, que el mundo se detiene, que decirle ‘Te amo’ tiene un significado, sientes que no te importa nada y que puedes hacerlo todo. Sentirse amado es saber que puedes caer en sus brazos sin problema, que te abraza hasta que el mundo se detenga y encuentres la solución a ese problema que tanto te aqueja.  Es escuchar tu nombre de aquella voz que quieres que nunca se vaya. Le dije mientras mi mano era puesta en el cristal del segundo espejo.  

Gracias, ahora quiero saber ¿qué se siente vivir todo lo que sufriste de aquella persona que tanto amaste? Es el dolor que te mata, que tratas de encontrar una respuesta a todo lo que esa persona te hace y te hizo. Sientes que mueres todos los días preguntándote qué hacer para ser mejor. Y ya no sientes el amor de antes, solo vives esperanzado de que puedas retroceder el tiempo para volver a decir ‘Te amo’ como la primera vez. No sabes qué hiciste o cómo reparar lo que ambos rompieron. Quisieras odiar a esa persona que te hace y te hizo sufrir, pero no puedes porque le amas tanto que perdonarías todo. Y aunque estuvieras roto irías a abrazarlo y decirle estaremos bien. Le dije mientras mis lágrimas caían.  

¿Cómo has aguantado tanto? Me preguntó mientras lloraba a mi lado. No sé, le respondí aquella flor.  

En toda mi vida entendí que los seres humanos son tonto, estúpidos y masoquistas. Sacrifican su propia vida por el bienestar del otro, viendo como el dolor invade su ser y los hace perder lo hermoso de la vida. Y me llaman a mí, la Orquídea para satisfacer necesidades absurdas y banales. He visto cómo sacrifican jardines hermosos, llenos de amor y paz. ¿Puedo preguntarte algo? Dijo aquella flor.  

Claro, respondí suavemente.  

¿Valió la pena sacrificar su Edén por momento con otras personas? Dijo mientras levantaba una piedra del suelo.  

No, no lo valió, pero ya se acabó. Dije mientras caía la última lágrima de mi rostro.  

Toma, es momento de que acabes con esto. Ya falta poco, mi querido escribano. Me entregó la piedra y antes de romper el espejo dije una oración.  

Bendita seas entre todas las flores y bendito sean los frutos de tu trabajo. Santa Orquídea, madre de la lujuria, aléjate ya de los jardines de las pequeñas flores que están por crecer. Ahora y hasta la muerte. Amén.  

Con toda mi fuerza rompí el espejo donde ya no había amor. Las lágrimas dejaron de salir y una tranquilidad invadía mi cuerpo.  

Orquídea falta un espejo, ¿verdad? Pregunté sin respuesta. Giré mi vista a todos los lados sin encontrar esa flor. Se hizo de noche y la única luz que resplandecía era la del tercer espejo. Miré la inscripción superior y decía ‘consolación’. Me acerqué y noté que la luz que emanaba de este espejo era demasiado brillante. Me alejé para llamar a la Orquídea y de pronto una voz salió del tercer espejo.  

De una matriz naciste fuerte, de aquella saliste feliz, de la misma saliste valiente. De mi matriz naciste. Dijo la voz de aquel espejo.  

¿Mamá? Dije mientras mi voz sé quebraba.  

Orquídea 1 

Vi al enorme dragón frente a mí, su aroma era dulce y se notaba que las mariposas del jardín preferían su olor ante las demás flores. Noté que las mariposas se posaban y al tocar al dragón caían muertas. ¿Qué les pasó? Le pregunté. Soy la bestia destructora de vida y esperanza, me condenaron a una vida llena de dolor y lujuria. Mi misión en esta vida es pervertir a los valles de amores con el sexo. Me llamo Orquídea, mi olor es dulce pero mi presencia es un veneno amargo que mata toda vida.  

Su voz era cautivante, una voz que me llama a sus fauces. ¿Cartas de odio? Mi alma no tiene odio, soy un escribano triste que la vida echo en este jardín lleno de flores. Ahora vienes y me dices que tú serás el profeta que me llevará al odio. ¿Quién crees que soy yo? Le respondí a la bestia. 

De su boca salió fuego provocando que el jardín se llenara de llamas. Estaba rodeado, indefenso, cegado por las llamas y el humo. De pronto, una silueta humana apareció entre el fuego y con una voz distorsionada dijo; soy la Orquídea la hija de la lujuria y el sexo. Soy la que perpetra paraísos, que mata sin pensar y crea un caos cuando me permiten entrar a los valles del amor. Escribano, esta vez seré la flor de tu desgracia. Mis hermanas han sido buenas compañeras, pero yo soy la flor atractiva que envenena corazones y aqueja almas.  

Dicho esto, noté que la Orquídea tomó una forma humana, no era hombre ni mujer, era un ser andrógino que simbolizaba la dualidad de la sexualidad. Escribano, ¿has escuchado de la trinidad? Un complejo concepto donde la divinidad existe en distintos trabajos. Sonrió delicadamente y del piso salieron tres espejos grandes. Los marcos eran de madera, orquídeas talladas decoraban los espejos, los cuales me rodeaban.  

Soy la Orquídea, una dulce y elegante flor. Tú, escribano, me dejaste entrar a tu paraíso. Soy yo la que con mi fragante olor hizo que tu inocencia muera. Se acercó a mi sutilmente y acarició mi rostro. Al principio no había nada y esa nada se convirtió en acción, amor. ¿Qué sabes del amor? Es esa decisión que tomas cuando quieres unir tu vida con alguien, ese alguien se convierte en la acción más significativa de tu existencia. Viste que era bueno y lo llamaste amor. Tú, pobre ser, tú, triste ente. 

Giró mi rostro hacía el espejo de nombre ‘amor’. Noté que dentro de este había siluetas, pequeñas siluetas. Me acerqué y miré a dos niños, niños sentados, sonriendo, diciendo ‘amor’, con una voz ingenua e infantil. Vi a dos niños, se parecían a nosotros. Sí, lo notaste escribano. Esos dos niños eran ustedes dos. La creación comienza con la infantil idea de la eternidad. 

He aquí la primera carta de la Orquídea, dije susurrando. ¿Qué notas? Preguntó. Los enamorados nacen desde la inocencia, no saben que es el amor. Los enamorados solo sienten, viven y ríen. Son niños jugando al amor, piensan en la eternidad, en ese cuento del felices para siempre. Mira, le dije a la Orquídea, mira a esos dos infantes jugando, tomándose de las manos y jurando eternidades vacías.  

Pobre de ti. Tú lo hiciste, tú le engañaste, tu viejo amor te engañó. Mira como se destruye todo. Pobre de ti, escribano. Tu amor no resistió la consecuencia de tu pecado. Tú mataste el amor, tu viejo amor lo mató. Ambos, los dos, mataron a esos niños.  

Cállate. ¡Cállate! Tú no sabes nada del amor, maldita flor. Tú sabes destruir, sabes engañar y sabes odiar.  

Yo soy la flor de la lujuria, me oliste, me tomaste y me trajiste a este valle de amor. Mira el espejo y dime qué ves.  

Seguimos juntos, seguimos enamorados. Dos niños que no sabían que era lo que les deparaba.  

Los niños crecieron, se hicieron adultos. Vivieron y disfrutaron la inocencia. Ahora son seres que descubren y tocan. En su madurez probaron sus labios y vieron que era bueno, y eso bueno lo llamaron besos. Luego notaron que sus ojos brillaban cuando se miraban, sabían que era algo bueno y lo llamaron afecto. De pronto, rozaron sus cuerpos y vieron que era bueno y lo llamaron cariño. Le dije a la Orquídea mientras veía que los niños crecían. 

Y entre yo, la flor, como símbolo pecaminoso de un paraíso que construyeron día a día. Me probaron, se satisficieron con mi sabor. Y comenzó la destrucción. Las estrellas de su cielo se apagaban, el sol ya no calentaba. El agua resultaba desagradable y la tierra no daba fruto alguno. Entre yo, una flor, destinada a ser la causante de tanto dolor.  

¿La probamos los dos? Sí, dije mientras veía el espejo trisándose en una esquina. Te probé, te probó. Tu sabor, tu aroma, tu esencia nos cautivó. Vimos que era malo, pero le pusimos nombre, engaño. Ocultábamos las veces que te probamos una y otra vez. Puedo hablar de mí, que me dolía, que me estremecía. Sabía las veces que te llevó a su boca, lo entendía, ya eras parte de nuestra vida, de nuestro Edén. No siento odio, siento dolor. Dolor de esos dos niños que veo en el pasado, que se amaron, que compartían, que soñaban juntos. No siento odio ahora, siento dolor. Siento ira, ya no tengo culpa.  

Miré a la Orquídea reflejada y su mirada era vacía. Vacía como la primera vez que te engañé. Mi mirada era vacía como la lujuria que sentía en ese momento. Lloré, ese día lloré. Me lastimé y te oculté, oculté el pecado que había cometido. Oraba a dios, al diablo, ángeles y vírgenes para que quiten ese peso de mi vida. Te amo, te amo, te amo; repetía las noches enteras. Mi cuerpo se llenaba de rabia, mi cuerpo lo entregué a otra persona. Me odié, me odio, me odiaré.  

Vacía es mi mirada, vacía es la sensación que provoco. Soy elegante y hermosa. Rara y empeñosa. Soy la Orquídea, llena de sexo, llena de odio.  

Seguía viendo cómo el paraíso se llenaba de muerte. Recordé a esos dos infantes, recordé las fotos que me enseñaste alguna vez. Vi esa sonrisa inocente, tus ojos nunca cambiaron, tu color de piel seguía siendo el mismo. Sonreías viéndome, viéndole al pequeño escribano. No te merecías esto, no me merecía esto. Amarnos pensando que era un juego inocente, donde dos niños que estaban ilusionados terminaron muriendo de formas distintas. Me vi, ese niño con sueños, con una meta que era un final feliz. Éramos inocentes, ¿recuerdas? ¿La primera vez que te amé? Me odio por herirnos, por herirte, por herirme. Queríamos llegar a más, deseábamos como niños pequeños caernos y que el único dolor sea el de las rodillas.  

Los mataron. Susurró a mi oído. Los mataron a los niños que tenían ganas de vivir el amor. Su primer amor.  

¡Cállate! Tú no sabes nada. No sabes amar, no sabes cuánto dolor siento al vernos detrás de un espejo. Porque significa que todo acabó, es un cuadro roto como mi alma se destrozó el día que decidió soltar mi mano y caminar con su soledad. Como un andariego, sin rumbo, sin destino, llevándote a ti como su única compañera.  

El espejo se rompió y la luz que era buena se desvaneció.  

He aquí, la flor destinada a tu ruina.  

Caí al piso, adolorido y apagado. 

Lirio 5

Rendido a los pies de la bestia me cuestionaba internamente ¿cuánto dolor tiene que pasar un escribano para sacar ese amor que tanto recuerda? Mis lágrimas se agotaron, acostado en el piso frío, veía como los querubines dormían plácidamente. Escribano, ¿qué sientes? Alcé la vista y era la depresión viéndome con su cuerpo desfigurado haciéndome sentir pena por todo lo que tengo que pasar. Cada vez que la veo, recuerdo el dolor, la angustia, me acuerdo de ti. Soy un frágil escribano, que ha venido a rendir tributo a las flores de un bello jardín. Mi compañera, depresión, ven y te abrazaré para entender cuál es tu objetivo conmigo. La tomé en mis brazos y comenzamos a llorar. Me hace sentir débil, pero ella tiene algo que enseñarme.

Pasamos en el suelo un momento largo, luego la solté y me incorporé para ver que tenía que decirme el Lirio. La bestia comenzó a reír divertida, como si hubiera visto a un infante hacer alguna gracia. ¿Por qué te ríes? A lo que el Lirio me respondió, tú eres un hombre que entiende la manera en la cual debes cultivar sanamente tus emociones y sobrevive en el proceso de ruptura. Oh, mi buen escribano, es momento de la última trompeta. Tocó ese instrumento y el sonido que salió fue demasiado fuerte, todos los querubines se levantaron de su sueño y el quinto bajó. Su forma era de un pájaro, la diferencia era en sus patas que pertenecían las de un felino.

El querubín comenzó a decirme, esta es la última canción que te dedicamos. La última. Dicho esto, la criatura comenzó a cantar.

Ya supiste destruirlo todo, supiste hacerme daño.
Ya pudiste comprobarte que eres eso que tanto has pensado de ti.

Y yo siempre he estado aquí,
Yo siempre aquí he estado esperando.
Cuidándote viejas cicatrices intentando remediarlo.

¿Se te hacen conocidas estas palabras? Dijo el Lirio a lo que alcé mi vista a él y le dije, sí. Recuerdo el daño, el dolor, la angustia que llegó a mi vida tras su partida. Cuidé cada cicatriz, comencé a lamer sus heridas como si fueran mías. No le gustaba el color de su piel, para mí era el color perfecto. No le gustaba sus lunares, para mí era un cielo estrellado lleno de nuevas galaxias y planetas. No le gustaba su cabello, para mí era perfecto. Tantas cosas que odiaba y yo encontraba la manera de amarlas, de quererlas, de necesitarlas. Mi viejo amor, ¿dónde estás? He aquí, extrañando todo de ti. Heme aquí, sufriendo por tus defectos.

Mi corazón se paró un momento, al instante de reaccionar le dije con una voz suave, continúa. El querubín empezó a cantar.

¿Y yo qué culpa tengo que no sepas lo que quieres y no quieras decidirte por mí?
¿Yo qué culpa tengo que no veas lo que eres y me tienes para ser feliz?
¿Yo qué culpa tengo? ¿Pero, qué culpa tengo?
¿Yo qué culpa tengo? ¿Y yo qué culpa tengo?

Paró de cantar y mis pensamientos corrían a tu recuerdo. ¿Sientes culpa? ¿Sientes dolor? ¿Sientes algo? Porque ahora siento muchas cosas, siento que muero, ¿tú lo sientes? ¿Sientes que tu vida acabó desde que ya no estoy a tu lado? Y tal vez ese es mi error, pensarte. Pensar que sufres por mi pérdida. Cuestiono todo lo que pasamos y está mal. Viví el mejor amor, compartí con la persona que amo, sufró por la persona que me hirió. Pero estoy respirando, ¿qué culpa tengo si no estás y me dejaste ir? Ahora, de a poco, entiendo que es momento de soltarte.

Te recuerdo que íbamos volando, íbamos volando alto.
Dejábamos de escuchar el ruido de la gente opinando.
Muéstrame el futuro, dime algo que me haga creer en esto.
Ahora sólo puedes ver al cielo reflejado en el espejo, y ni cuenta te has dado, ni cuenta te has dado.

Le detuve un momento con una sonrisa en el rostro. Voy a decir una oración de rodillas para que el cielo o el infierno escuche esta plegaria de un pobre y perdido escribano. A lo que el Lirio respondió, de acuerdo, ora a tus dioses, a tus santos, a las vírgenes y a los ángeles. Dicho eso me arrodillé y comencé a orar.

Comencé un camino, el cual no pensé que llegaría a su fin.

Oh, mi dios, mi infierno, mi universo, soy un pobre hombre que mantuvo su inocencia encendida. Poco a poco la lujuria invadió mi ser y mi amor. Ruego por las almas que perdieron su rumbo, ruego por las flores que están a punto de brotar de un suelo áspero. Ellas serán las flores fructíferas de los desamores, de los corazones destrozados. Ruego por el alma partida en pedazos de esos seres que dejaron ir sin querer. Mi dios, mi infierno, heme aquí su profeta, la persona que escribe cartas para aquellas flores que un día entenderán porque están solas en un jardín desconocido y triste. Apiádense de aquellas flores que vendrás después de mí y leerán las cartas que tanto dolor me hicieron pasar. Amén.

Terminé la oración, me incorporé y una vez de pie el Lirio contestó. Escribano, ¿aún piensas en tu viejo amor? A lo que respondí, sí. Querido Lirio, iba volando como si el suelo no existiera, pensando que su mano estaría siempre conmigo. Esa sensación en la cual un hombre de carne y hueso deja de pensar en los riesgos que tomará una despedida de un amor placentero. Iba pensando todo el tiempo que nunca acabaría, pensaba en todo y a la vez en nada. Me hizo olvidar a mi familia, amigos, sueños y miedos. Escuchaba a la gente que me quería decir que no era sano, al diablo, ¿qué en esta vida lo es? Nada. Le extraño, porque por mi viejo amor dejé de escuchar a todo el mundo, dejé de escucharme a mí. Lo dejé todo, menos a mi viejo amor. Pero, mientras más lo pienso suelo decir que es momento de dejarle. Miré al querubín le volví a sonreír y le dije tocando su cara, sigue por favor.

Fuiste tú mi destello. Quédate con tu incendio.
¿Yo qué culpa tengo?
¿Cómo esperas que me quede si no sientes lo que siento por ti?
Ahora lo comprendo, aunque parezca perfecto.
No venimos de la misma raíz.
Culpa tengo, yo.

Acabó de decir esas frases y los cinco querubines se fueron de nuevo con el Lirio. ¡Qué quieres! ¡Qué mierda quieres! Grité. ¿Acaso no fue suficiente? ¿Acaso no te di lo suficiente para quedarte? ¡Sé que no quieres quedarte! Te fuiste, me dejaste, me dejaste loco, me dejaste. Mis lágrimas no eran solo de dolor, eran de ira. Mis manos temblaban al igual que mis piernas. Caí otra vez, caí al suelo frío de rodillas. ¡Ahora sé que no puedo seguir amándote! Ya no puedo, no quiero. Quisiera odiarte, pero eso significaría que aún siento algo por ti. Me odio, te odio, nos odio a ambos. Me he echado la culpa de todo, de todo lo que vivimos, de todo lo malo que nos hicimos. Me he cuestionado días enteros viendo tus recuerdos en mi cabeza. ¿Yo tengo la culpa? ¿Tú la tienes? ¡Dime qué mierda hago! ¡Dime por qué te ausentaste tan de repente! ¡Dónde estás! ¿Dónde estás? ¿Dónde? Suspiré y en ese momento el Lirio bajó en una forma humana, se paró frente a mí y dijo, heme aquí, me enviaron a ti. Ángeles del cielo, la Mesías y hasta demonios me llamaron a ti para cumplir esta misión. Una misión cruel pero necesaria. Recuerdas todo, pero recuerda lo malo. Aquí acabó todo el recuerdo hermoso y satisfactorio que te dio tu viejo amor. Soy un enviado de las flores para asesinar de manera brutal esos recuerdos que yacen en tu alma. Mírate, has gritado, odiado y sufrido. Heme aquí, me enviaron a ti. Escucha atento, las siguientes pruebas te llevarán al límite de la locura, de la ira y de la Aceptación.

Lo miré y era un hombre con lágrimas de sangre que brotaban de sus ojos marrones. De pronto los querubines cayeron al piso de forma violenta muriendo en el jardín, de ellos salieron lirios, hermosos y cautivadores. La muerte es parte de la vida, sin ella nada nace ni se transforma, dijo el Lirio envejeciendo en un abrir y cerrar los ojos. El tiempo es relativo, las heridas sanan y las flores florecen dando más frutos. Terminó de decir esto y se hizo polvo. Lo tomé y tenía un aroma cautivante, no era como los cadáveres putrefactos. Me quedé sentado un momento, esperando a que llegue la siguiente flor. Mientras miraba al suelo oí un estruendo, un temblor se apoderó del jardín. El suelo se abrió y salió de él un gran dragón. Me presento, yo soy la Orquídea, el ser destructor del amor inocente que trae consigo perdición y sufrimiento. Invado quereres y paraísos con la lujuria y el engaño. Tú eres el escribano, ese hombre que dejo que entrara para destruir su paraíso. Aquí me tienes y conmigo escribirás las cartas de odio que tu alma necesita sacar.

Lirio 2 

Mi viejo amor, heme aquí delirando con las notas y voces que los querubines tienen para mí. He aquí el Lirio, la flor de la muerte que viene a cantarme melodías y a tocar su trompeta trayendo de nuevo recuerdos, amargos, pero aun así recuerdos. Mi viejo amor, ¿dónde estás? ¿Cuánto falta para que llegue esa Mesías de la que tanto habla todo el mundo?  

Viendo como pierdo la cordura, el Lirio decidió decirme con su dulce voz. Escribano, deja de llorar, es momento de recordar la hermosa cara que una vez fue tuya. Oh, pobre de ti, víctima de la ruptura. Respira, toma aire que las notas quieren tu cordura para destrozarla y volver hacerla suya. Yo el Lirio, flor de la muerte te dará una segunda oportunidad para que le cantes, le recites las letras que tu corazón esconde en cada suspiro.  

Dicho eso tocó su trompeta y bajó otro querubín. Su aspecto era como el de una quimera recién nacida, tenía tres cabezas. La primera era una cabeza de halcón, la segunda de zorro y la tercera de golondrina. Su cuerpo era similar a la de un felino, tal vez una cría de jaguar y con alas parecidas a un cóndor. A una sola voz dijeron; escribano, heme aquí el segundo querubín que te trae el recuerdo del dolor de un corazón roto.  

Me arrodillé y comenzó a recitar. 

Ya se me fue otro domingo en tratar de olvidarte 
Y yo con la mala costumbre de querer tocarte 
Sigo en todos lados hablando de ti 
Si no te fallé, ¿por qué no eras feliz? 
Y la respuesta de todo es que debo soltarte. 

La cabeza del halcón terminó de recitar, una suave brisa golpeaba mi rostro y comencé a recordarte. Cada día que pasa siento que muero, siento que olvidarte es imposible. Cada día trato de borrarte de mi vida, pero es un trabajo cansado que ha decir verdad, no puedo con tanto dolor. En cada carta he hablado de ti, más que de mí. En cada palabra que pronuncio se nota tu nombre, tu esencia y tu figura; estás presente, presente como el aire que respiro, como el sueño recurrente que tengo todas las noches que me obliga a despertar y darme cuenta de que a mi lado ya no vas a estar. Y como dice la rima del querubín, debo soltarte, soltar todo ese dolor, esa angustia, ese amor que te tengo. Porque no eres para mí, ya no.  

Aunque me duele aceptar que la paso tan mal. 
Hace tiempo que yo presentía que esto iba a pasar.  
Aunque quisiera arreglarlo no da para más.  
Porque tú ya no estás, 
Porque tú ya no estás, 
Ya no estás 

La cabeza de la golondrina acabó y mi corazón se aceleró. Mi viejo amor, heme aquí sufriendo todas las angustias que un hombre puede pasar. Me siento fatal, como si todo el cuerpo me doliera en cada respirar. Mi cabeza es un torbellino de cosas, cosas dolorosas que me llevan a ti como única respuesta. ¿Lo presentía? ¿Presentía que en algún momento nuestra historia dejaría de ser? Una vez conversaba contigo, mi corazón se sinceró y te dijo que las personas solo aman cuando están, no se preocupan de cuánto dolor iba a traer una ruptura. Viven ese momento como si fuera eterno. Me respondiste, no pienses en eso, te amo y siempre lo haré. Estoy llorando en este momento frente a un querubín y a la bestia del Lirio recordando y tratando de encontrar una respuesta a este asunto que ni siquiera entiendo cómo se dio. Pero, repito, tú ya no estás. No estás presente, ausente, estás perdiéndote en una neblina de incertidumbre que mi corazón produce por la tristeza y depresión que siente. Ya no estás le susurro al Lirio.  

Todas las noches siempre me pregunto, 
Si con alguien más encontraste lo justo. 
Y si de repente piensas en lo que vivimos juntos. 
Pasan los días y las horas y esto no se acomoda 
Y mis amigos dicen que me encontraré otra persona, 
Pero aunque quiera no puedo, no 
Te fuiste y la puerta ya se cerró. 

Terminó de recitar la cabeza de zorro y mis lágrimas seguían cayendo.  

Heme aquí, un pobre escribano con el corazón hecho pedazos. Porque ahora que lo pienso me pregunto si alguien más está dándote lo que yo, humanamente, no puede darte. Y eso me duele, porque me he desgastado respirándote y amándote como si mi vida dependiera de eso. Es justo que mi corazón muera, porque siento que no te di lo suficiente para quedarte a mi lado. Como le dije a una de las flores, quisiera entrar en tu cabeza y preguntarte, ¿has pensado en mí? ¿Te duele que no esté a tu lado? Y la respuesta es que no. Te conozco como si mi vida dependiera de ti. Sé que estás en brazos de alguien más, que te besa y se besan como un día tú y yo lo hicimos. Y duele, fractura el alma en dos, en cuatro, en ocho. Y rezó para que los ángeles y santos quieran verte bien, verte feliz, verte con vida. No quiero a nadie más. Quiero tenerte a ti, quiero cerrar los ojos y pensar que todos los sueños y pesadillas fueron eso, algo pasajero de la vida. Te fuiste, lo sé, pero he llegado al punto de querer vivir una fantasía en donde entras y me abrazas como días pasados lo hacías.  

Escribano, escuché decir al Lirio. Heme aquí, un trompetista que trata de matar a ese amor fracturado que tanto daño te hace. Vengo a ti para anunciar la despedida, confrontar tus dolores de angustia y desesperación. Frases que mis queridos querubines tienen para ti. Heme aquí, me enviaron a mí, para destrozar la imagen idealizada que tienes de tu viejo amor.  

Mirando al suelo susurré, idealizada, idealizada imagen tengo de ti. Un ser que tanto amé y amaré. ¿Dónde estás? El querubín con tres cabezas se acostó frente a mí. Y así, terminó su rima. 

Hortensias 4


La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross identificó que cuando una persona sufre una pérdida pasa por cinco fases. Según varios expertos en temas de salud mental cada persona experimenta de diferente forma los cinco estados del duelo. Esta carta va dirigida a todas las personas que viven, vivirán y vivieron ciclos de eterna pérdida. Mi viejo amor, ¿sufriste esto? Me siento estúpido aceptando que vivo día tras día estas cinco fases.
La bendita negación llega a mi puerta, es dulce, amable cuando le cuento que ya no me amas. Ella se niega, ella no tiene consuelo. Las lágrimas brotan de sus ojitos y las intento secar. Grita y patea negando la pérdida que ha pasado con nosotros. La pobre no se consuela, aunque le diga que estamos bien.
Mientras abrazo a la negación ella desaparece sin dejar rastro. Un golpe azota la puerta de mi casa y se llama ira, comienza a gritarme y a decirme que no acepta esa pérdida. Se enoja, golpea paredes, grita con furia y trata de encontrar una solución a través de las emociones fuertes que no le dejan pensar. Trato de calmarla, pero es inútil ya ha comenzado a echarme la culpa de no quererte, de no amarte lo suficiente. He dejado que se calme, mientras me altero yo también.
Mientras golpea las paredes intento dar una solución. Sus ojos están en llamas, se pierde en la oscuridad y me deja solo. Con una voz, una pequeña voz que me llama por mi nombre y me dice que me siente en la sala. Le hago caso, mientras que ella con una tierna voz pregunta, ¿qué hacer para que vuelvas con tu viejo amor? ¿A quién tenemos que adorar, orar y darle hortensias? Me río y respondo a su primera pregunta, no hay nada que hacer, ya no me ama, no estoy en su mente, cuerpo y corazón. La voz carcajea y dice, siempre hay algo que los hombres quieren, negociemos. Ya no, ya no avanzo a negociar. He pensado en rogarle, en pedirle volver mientras lloro y le dedico otra vez sus canciones. A tu segunda pregunta le digo, a nadie. Si los dioses quieren verme junto a mi viejo amor, los dioses mismos harán que el destino llegue a darse. La negociación no se enoja, solo ríe. De acuerdo, llámame si después quieres negociar.
La pequeña carcajada se desvanece y mis ojos comienzan a llorar. Dentro de mí se escucha lamentos, gritos ahogados y se presenta la depresión. Hola, mucho gusto. Voy a anidar aquí por un par de horas, días o meses. Qué necesitas le digo a ese ser con alas quebradas que apenas puede caminar y es inútil que vuele. Soy la depresión, vengo a estar contigo, en estas cenizas de un amor que por lo que veo fue el primero. Lo siento si lloras, mi presencia aquí es la pena, nostalgia y el desinterés humano. Tu viejo amor, le extrañas, le necesitas, le amas. Déjame orar por ti porque por lo que veo me quedaré un largo tiempo en tu nicho, en tus cenizas.
La depresión cerró sus ojos y dijo como en son de canción lo siguiente:
‘Bendito sean los recuerdos, los besos y los engaños que sufrió este corazón. Bendito sea entre todas las Hortensias y bendito es el fruto que sacaré aquí. Soy yo, la depresión. Mis alas no se abren, mis patas se quebraron. Siento dolor, pena y nostalgia de un amor puro que se transformo en dolor e intranquilidad. Bendito seas, escribano. Bendito seas por tus letras’.
Y lloré, porque el ser deforme, se quedó.
Mi viejo amor, ¿acaso tú también recibiste la visita de estos seres? Quisiera meterme en tu cabeza y saber que es lo que te dijeron ellos de mí. Porque ellos me dijeron que fuiste y serás mi penumbra.
Falta una especie de fase, de ser. La depresión me dijo que su hermana no llegaría hasta el final de este libro. Que la aceptación llega cuando la depresión muere y deja de existir. Deja de lastimar.
Oh, aceptación. Llega pronto a mi vida. Mientras tanto, tu hermana me acompañará en las hojas de este libro.

Hortensias 1

En la actualidad no existe una cifra exacta de las personas que sufren por un amor. Todos quisiéramos saber cuantas personas ese mismo día que te rompen el corazón también están padeciendo los mismos síntomas; dolor, ansiedad, depresión, entre otros. Los mismos que padeces tú. Yo quisiera saber cuántas personas están con el alma hecha pedazos, cuántas están tomando decisiones bajo efecto del alcohol, quisiera saber cuánto les demora en entender que ya no va más.

Así comienza el recorrido de estas epístolas. Un comienzo en donde el detonante es una tragedia. Un golpe. Un corazón. En este trayecto quisiera entender cuáles son las fases de la ruptura, de un duelo del corazón que se destrozó, no solo en uno sino en varios pedazos. Un camino en donde cada lágrima tiene su historia, cada suspiro su memoria y cada pesadilla un nombre.

Mi querido amor, mi dulce querer. Estas cartas, estos escritos no van a ser para los dos. Voy a compartir nuestro querer, nuestras aventuras, nuestras decisiones e infidelidades. Voy hablar de nuestros amores, de nuestras metas, de nuestros momentos, de todo. Voy hablar de lo que quisimos, de lo que odiamos. Amor. Esto no es para los dos. No es para ti, no es para mí.

Te amo.

Bienaventurados los que lloran por amor, porque ellos serán consolados.

Y comienzo explicando que el amor no es lo que unos piensan. El amor conlleva más que el color rosa, el dulce sabor de besos, el calor de la otra persona. PATRAÑAS, uno no piensa cuando se enamora. Uno vive en una fantasía llena de anhelos y sueños. Bueno eso piensa este escribano que llega a darse cuenta que el amor, el primer amor es cautivante. El primer amor te envuelve, el primero de los primeros te consume.

Pero, el amor es un conjunto de emociones que el ser humano experimenta día tras día. Alegría, tristeza, celos, enojo, miedo son algunas de las emociones que vives cuando te enamoras. El amor es una decisión, la que tomas cuando ves los ojos de esa persona y sabes que no te soltará. El amor es la decisión que tomas al lanzarte al vació pensando que sus brazos te van a atrapar. El amor es un conjunto de decisiones que conllevan la sonrisa del ser amado. Estas dispuesto a vivir día tras día disfrutando y viviendo cada emoción.

Aceptas. Afirmas que amas a esa persona, que tus ojos no tienen lujuria por alguien más. Que tu risa no pertenece a otra persona. El amor es aceptar que esa persona es parte de tu universo y no es el sol al cual le perteneces. El amor es un complejo mundo de situaciones, emociones, lamentaciones.

Citando a ese viejo libro diré lo siguiente:

4. El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso

5. ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas.

6. No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa.

7. El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.

(1 Corintios 13:4-7)

El amor perfecto existe en la mente del cristiano. Pero si lees esto y te preguntas ¿existe? Todos quisiéramos que el amor sea justo, sea paciente, no sea celoso. Todos quisiéramos que el amor no se llene de engaños, no tengamos miedo de perderlo. No tengamos miedo a nada.

Alguna vez escuche que este fragmento de la Biblia habla del amor que tiene Dios hacia los que creen en él. Y me reí, porque me dedicó este versículo ante la ciudad más poblada de mi país. Recitó cada palabra como sí supiera de lo que hablaba. El amor es raro, es fantasioso, tiene inseguridades, tiene ofensas. Pero el amor es hermoso, lleno de risas, lleno de rosas, aprendizajes y calor. El amor perfecto existe cuando las personas lo cultivan y lo llenan de verdad.

Mierda. Y así comenzamos este libro. Con amores perfectos en corazones destrozados.

Benditos sean los que lloran por amor.

Primera de Lamentaciones

1 Una de las cosas que la humanidad teme es a la muerte y a vejez. Hacen todo para evitarlas, para huir de ellas. 2 Se cambian el rostro, hacen rituales para mejorar su vida; pero todo es en vano. 3 Porque la muerte llega de sorpresa. La vejez es una experiencia hermosa, viene llena de cambios, oportunidades y sabiduría. Pero le temen porque te quita años, te quita fuerzas y te quita sueños.

4 Estoy a dos días de cumplir años, las celebraciones nunca han sido mi fuerte. 5 Y ahora este año solo pienso en dos pérdidas y comenzaré esta primera carta a las lamentaciones diciendo que la nostalgia visita mi puerta. 6 Toca sutilmente aquella puerta que la cerré hace algunos meses. 7 Entenderán ustedes que esta carta va dedicada a mi madre, aquella mujer que aguanto obscenidades, traiciones, engaños, mentiras. 8 Una mujer de hierro, de titanio. Escribo esta carta a mi difunta vieja. No estás, eres mi primera lamentación.

9 Oh madre, así iniciaría un escritor viejo. De aquellos que dudan en escribir de sentimientos reales y no ficticios. Pero me arriesgo a escribirle a ella. 9 A la mujer que tantas noches le suplique al cielo que no se la llevara. Donde cada lágrima que le causaba me dolía. 10 Me dolía. Madre.

11 Recuerdo aquellos días desde temprano, cada 3 de diciembre me cantabas hasta que mis ojos vieran tu rostro. Recuerdo esa melodía, pensaba que me traería suerte mientras iniciaba ese día con tu dulce voz. 12 Tus lágrimas caían de tu rostro, empapando el mío y con mis manos, aquellas pequeñas manos te secaban la cara y te besaba el cachete diciéndote que me abraces.

13 Pasaron los años y ya era adolescente. Un rebelde, un déspota contigo y mi padre. Pero siempre llegabas a cantarme las mañanitas del Rey David. 14 Y llorabas, me besabas, te amaba. Te amo, mamá. 15 Por un momento tus lágrimas las comprendía, cada año se acercaba el día en el cual podría morir. 16 Pero te alegras, llorabas de felicidad al verme bien, al verme sano. 17 Solo llorabas al verme.

18 Después una enfermedad llegó a ti. 19 Y sufrimos los dos. 20 Porque tu vida dependía de una máquina y tú llorabas, yo lloraba porque después de ese año las mañanitas ya no eran como antes. Y creo que desde entonces tengo mala suerte todos los años. 21 Extrañaba tu voz cada año. Esperando esa canción.

22 Ahora es mi primer cumpleaños sin ti. No quiero llegar a ese día. Hoy es 1 de diciembre. Y temo llegar al 3 donde no te encontraré. 23 Donde no estarás. Donde te perdí.

24 Hoy a días de mi cumpleaños, te extraño. Deseo que los ángeles, arcángeles, Dios (porque tu creías en ellos) te bajen del Reino de los Cielos para que me des un beso y escucharte una vez más. 25 Mamá, ni el deseo de 26 velas encendidas podrán traerte de vuelta. Porque la muerte no es justa, la muerte te llevo.

26 Mamá, este año no estás conmigo. 27 Y me duele, me duele el alma ya no tenerte. 28 Porque tú eres y serás mi primera lamentación.

29 Rezo, oro, suplico. Rezo, suplico, oro. Oro, rezo, suplico. 30 Pero la pena, la lastima, la incertidumbre de que pasará nada me lo quita. 31 Dios suyo, dios mío, apiádate de las personas que sufren, que sufro, que lloran, que lloramos. 32 Porque este año la pasaré sin mamá.

33 B-E-N-D-I-T-O-S S-E-A-N, benditos sean los que lamentan cada hora la pérdida. Benditos, benditos. Por los siglos de los siglos.

34 Amén.