Han pasado meses desde que llegué a este lugar, un jardín donde las flores llenan el espacio con olores y colores que relajan a todo ser que se posa en el césped. He hablado con la Aceptación, la Mesías a la que tanto me costó encontrar y me dijo:
“Atento, pequeño Escribano. Tengo noticias que me han traído mis hermanas las Arcanas Mayores. Me han comentado que el Andariego se va, ha tomado sus cosas y se dirige a tierras lejanas para comenzar una nueva vida”.
Escuché atento, mi corazón se había parado y con un suspiro logré decirle a la Mesías esta oración:
“Bendito sea que al fin llegase el día en que se fuera. Sin embargo, tengo que confesar que esta noticia me llena de angustia”.
La Mesías se sentó a mi lado mientras veíamos como el Sol se iba a acostar para dar la bienvenida a una luna nueva, esta luna era traída por dos peces que nadan en el infinito espacio. La Aceptación comenzó a decir:
“A veces las noticias nos llenan de emociones y conflictos. Noté que tu mirada cambio, las razones son obvias, es como si la vida te anunciara la despedida completamente de alguien que amaste. El corazón se quiebra y sientes dolor; un dolor de ausencia que no le encontramos explicación. Este camino no era para hacerte olvidar de aquel Andariego, era para que no te descontroles cuando llegase a pasar esto”.
Una lágrima cayó por mi mejilla:
“Yo soy el Escribano y ahora de mi puño y letra saldrá la carta para enviársela aquel que tuvo la osadía de no voltear a ver el infierno que creó cuando se alejó. He de enviarle la última carta de esta Muerte Anunciada, porque así soy, soy aquel que no le dejará de amar con la infinitud de mi alma. Porque he aceptado que tiene una nueva flor esperándolo en aquellas tierras, lejos de mí, lejos de nosotros. Pero he de querer anunciarle mis deseos a aquel que amé algún día con la intensidad que tiene el Sol y con la paz que genera la Luna por las noches estrelladas”.
La Aceptación se incorporó, tomando mi mano para ayudarme a levantar. Miró mis ojos y vio que algo dentro de mí dolía. Sacó de su túnica un mazo de cartas, me hizo escoger tres de ellas, todas al azar. Mientras tomaba las cartas me explicó:
“Llegaste a este jardín guiado por las flores, aquellas flores enviadas por mí. He aquí tus tres guías para que crees las cartas necesarias para esta, a la que llamas, Muerte Anunciada. Tienes pocas semanas para crearlas, enviarlas y rezar que el Andariego las lea antes que llegue con su nueva flor”.
Al tomar las cartas les di vuelta y miré que eran tres flores, diferentes a las que encontré cuando caminaba a este prado. La primera era el Crisantemo, miré la carta y noté que era una entidad encapuchada, se notaba que estaba cansado en la imagen plasmada en aquella carta. La segunda, era el Narciso, un niño sentado en una roca esperando pacientemente la llegada del sol. La tercera carta era un Tulipán, una mujer que lleva en sus hombros una caja grande y ella tiene un velo que cubre su rostro completamente.
La Aceptación miró las cartas y comentó:
“Aquellas flores son las elegidas para recorrer esta brecha contigo. Por lo que veo siento que serán cartas difíciles de escribir, vas a sentir, te dolerá y al final será el agradecimiento que tanto necesita ese cuerpo que esta putrefacto dentro de ti. Pequeño Escribano, he aquí tus tres guardianes que te han de dar buenos consejos al momento de sentir. Te dejo y recuerda a veces las personas tienen que seguir este camino para aprender y vivir”.
Dicho esto se alejó como el Sol de aquel día en el cual me senté a ver como las demás flores de aquel jardín se acurrucaban para esperar a la Luna. En mi mano ya hacían las tres cartas que me visitarían estas semanas para escribir las cartas de aquella muerte que llegó a mis oídos. El viento trajo esta noticia amarga, esta noticia que levantó sensaciones.
Miré al cielo y llegó la Luna acompañada de estrellas, recuerdo las noches que vimos aquellas estrellas en aquel prado alejado de la ciudad. Recuerdo que aquella noche me sentí resguardado por ti, ahora me resguardan las flores que se han hecho parte de mi existir. “Andariego, al fin te vas”, dije mientras el corazón se oprimía en mi pecho.